Clube de Adictos a Deep Purple

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Púrpura Chess

This blog is basically a musical site. Here we talk about the music we like, using different angles. As dear and missed Jon Lord once said: “Music is the highest kind of Art that exists”. I think the same way too.

Púrpura Chess

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miércoles, 25 de septiembre de 2019

LA CULTURA EN EL ROCK.


Amigos y amigas de Púrpura Chess.

No hace mucho tiempo me encontré por casualidad con este artículo del siempre controvertido periodista/escritor Arturo Pérez Reverte, al que supongo todos y todas conoceréis de sobra.

Aunque alguno de sus libros sí me agradó en su momento, nunca fue este sujeto santo de mi devoción, ni mucho menos; no coincido con gran parte de sus opiniones y todavía menos lo hago con las maneras que emplea a la hora de expresarlas. Sin embargo, en esta ocasión quedé francamente sorprendido ante sus palabras, palabras dirigidas hacia nosotros, amantes del Heavy Metal, en exclusiva. No sé vosotros, pero si hay algo con lo que jamás habría relacionado a este buen señor es con nuestro amado género.

Dado que el enfoque del artículo se funde directamente con el objeto y fundamento de la presente sección, me pareció muy interesante compartirlo con vosotros. Eso, sí, prefiero no dejaros mi opinión al respecto por adelantado, más que nada por aquello del no influenciar.

Leed y juzgad por vosotros mismos.


 

Corsés góticos y cascos de walkiria.

ARTURO PÉREZ-REVERTE | El Semanal - 16/12/2007

No soy muy aficionado a la música, excepto cuando una canción -copla, tango, bolero, corrido, cierta clase de jazz- cuenta historias. Tampoco me enganchó nunca la música metal. Me refiero a la que llamamos heavy o jevi aunque no siempre lo sea, pues esta, que fue origen de aquella, es hoy un subestilo más. Siempre recelé de los decibelios a tope, las guitarras atronadoras y las voces que exigen esfuerzo para enterarse de qué van. Las bases rítmicas, el intríngulis de los bajos y las cuerdas metaleros, escapan a mi oído poco selectivo. Salvo algunas excepciones, tales composiciones y letras me parecieron siempre ruido marginal y ganas de dar por saco, con toda esa parafernalia porculizante de Satán, churris, motos y puta sociedad. Incluidas, cuando se metían en jardines ideológicos, demagogia de extrema izquierda y subnormalidad profunda de extrema derecha. Etcétera.
  

Sin embargo, una cosa diré en mi descargo. De toda la vida me cayeron mejor esos cenutrios largando escupitajos sobre todo cristo que los triunfitos relamidos, clónicos y saltarines, tan rubios, morenos, rizados y relucientes ellos, tan chochidesnatadas ellas, con sus megapijerías, sus exclusivas de tomate y papel cuché, y toda esa chorrez envasada en plástico y al vacío. Al menos, concluí siempre, los metaleros tienen rabia y tienen huevos, y aunque a veces tengan la pinza suelta y hecha un carajal, este suele ser de cosas, ideas, fe o cólera que les dan la brasa y los remueven, y no de cuántas plazas será el garaje de la casa que comprarán en Miami cuando triunfen y puedan decir vacuas gilipolleces en la tele como Ricky, como Paulina, como Enrique.


Pero de lo que quiero hablarles hoy es de música metal. Ocurre que en los últimos tiempos -a la vejez, viruelas- he descubierto, con sorpresa, cosas interesantes al respecto. Entre otras, que esa música se divide en innumerables parcelas donde hay de todo: absurda bazofia analfabeta y composiciones dignas de estudio y de respeto. Aunque parezca extraño y contradictorio, la palabra cultura no es ajena a una parte de ese mundo. Si uno acerca la oreja entre la maraña de voces confusas y guitarras atronadoras, a veces se tropieza con letras que abundan en referencias literarias, históricas, mitológicas y cinematográficas. Confieso que acabo de descubrir, asombrado, entre ese caos al que llamamos música metal, a grupos que han visto buen cine y leído buenos libros con pasión desaforada. 


Ha sido un ejercicio apasionante rastrear, entre estruendo de decibelios y voces a menudo desgarradas y confusas, historias que van de las Térmópilas a Sarajevo o Bagdad, incluyendo las Cruzadas, la conquista de América o Lepanto. Como es el caso, verbigracia, de Iron Maiden y su Alexander the Great. La mitología -Virgin Steele, por ejemplo, y su incursión en el mundo griego y precristiano- es otro punto fuerte metalero: Mesopotamia, Egipto, La Ilíada y La Odisea, el mundo romano o el ciclo artúrico. Ahí, los grupos escandinavos y anglosajones que cantan en inglés copan la vanguardia desde hace tiempo; pero es de justicia reconocer una sólida aportación española, con grupos que manejan eficazmente la fértil mitología de su tierra: Asturias, País Vasco, Cataluña o Galicia. Tampoco el cine es ajeno al asunto; las películas épicas, de terror o de ciencia ficción, La guerra de las Galaxias, Blade Runner, Dune, las antiguas cintas de serie B, afloran por todas partes en las letras metaleras. Lo mismo ocurre con la literatura, desde El señor de los anillos hasta La isla del tesoro o El cantar del Cid. Todo es posible, al cabo, en una música donde el Grupo Magma canta en el idioma oficial del planeta Kobaia -que sólo ellos entienden, los jodíos- mientras otros lo hacen en las lenguas de la Tierra Media. Donde Mago de Oz alude -La cruz de Santiago- al capitán Alatriste y Avalanch a Don Pelayo. Donde los segovianos de Lujuria lo mismo ironizan sobre la hipocresía de la Iglesia católica en cuestiones sexuales que largan letras porno sobre Mozart y Salieri o relatan, épicos, la revuelta comunera de Castilla. Y es que no se trata solo de estrambóticos macarras, de rapados marginales y suburbanos, de pavas que cantan ópera chunga con corsé gótico y casco de walkiria. Ahora sé -lamento no haberlo sabido antes- que la música metal es también un mundo rico y fascinante, camino inesperado por el que muchos jóvenes españoles se arriman hoy a la cultura que tanto imbécil oficial les niega. El grupo riojano Tierra Santa es un ejemplo obvio: su balada sobre el poema La canción del Pirata consiguió lo que treinta años de reformas presuntamente educativas no han conseguido en este país de ministros basura. Que, en sus conciertos, miles de jóvenes reciten a voz en grito a Espronceda, sin saltarse una coma.





domingo, 25 de agosto de 2019

LA CULTURA EN EL ROCK


Saxon: El  Águila aterrizó… en la luna.


Es posible que aquí todo el mundo ya sepa desde hace mucho que ese temazo publicado por los Saxon de Biff Byfford en 1983 titulado “The Eagle Has Landed” (El Águila ha aterrizado o El Águila se ha posado) no estaba  haciendo referencia sino al módulo lunar que, pilotado por Neil Amstrong, “se posó” en nuestro querido satélite el 20 de julio de 1969, fecha de la que este año hemos celebrado nada y más y nada menos que el 50 aniversario.
Sin embargo, me atrevería a aseverar que existen unos pocos de entre vosotros (un  grupo en el que me incluyo sin ningún tipo de complejo) que, debido al desconocimiento del inglés y/o al posible desinterés en entender qué nos están contando ciertos temas cuyo lenguaje nos es ajeno, pensabais que la letra de esta canción debía de estar hablando de alguna historia más o menos épica, más o menos imaginaria, relacionada con la toma de tierra de esa maravillosa ave, reina de las rapaces, llamada el águila.


Craso error. Yo lo subsané hace bien poco y es cuestión esta que no me hace sino pensar en cuántas canciones de las que no conozco el contenido de sus textos se estarán quedando en el tintero de mis conocimientos. Será, sin duda, la elaboración de esta sección mensual lo que me ayudará a ir despertando del letargo intelectual al que por desgracia, seguro estoy sometido, jeje.
El caso es que, entrando ya en materia, los Saxon son un grupo que siempre ha ofrecido (y sigue ofreciendo) material de alto octanaje relacionado con el tema que nos ocupa, a saber, la cultura y sus manifestaciones. Y es cierto además, que parece que Norteamérica y sus “entresijos históricos” han sido cuestión de cierta recurrencia entre sus letras. Recordemos, por ejemplo, aparte de la canción protagonista de hoy, “Dallas, 1. P.M”, en la que nos hablan del asesinato de Kennedy. Me siento tentado a pensar que el asunto tiene que ver con las ansias de Byfford y los suyos de conquistar el mercado americano a lo largo de toda la historia del grupo, algo que, por desgracia, nunca han llegado a conseguir del todo hasta la fecha.

El Águila ha aterrizado.

Das un paso gigante para la humanidad
en un mar lunar lejano,
mientras viajas por el universo,
vas a dar un paso, dar un paso por mí .
Vas a dar un paso por mí.
El viaje de un águila,
voladura hacia las estrellas.
Tomas las esperanzas y los sueños de los hombres,
para encontrarte, para encontrar tranquilidad.
Encontrar tranquilidad.
Viajó a través del universo
Y colocó la bandera solitaria,
ahí afuera, aislada de todo.
En la final, la última frontera.
En la última frontera
El mundo está de celebración
mientras esperamos su regreso.
Has dado un salto gigante para la humanidad.
En otro, en otro mundo.
En otro mundo
Tómalo con calma, hazlo despacio
No vayas rápido, no lo pierdas.

El águila ha aterrizado
El águila ha aterrizado
El águila ha aterrizado
El águila ha aterrizado

La frase de marras, “The Eagle Has Landed” pasa por ser la primera que un ser humano dijo estando ya sobre la superficie lunar, y no las otras mucho más famosas que emitió el propio Amstrong tras poner pies en tierra. Si queremos ser más rigurosos, la oración tal y como se pronunció fue: “Houston, aquí Base Tranqulidad… El Águila se ha posado”. Las palabras hacen referencia a la toma de tierra del módulo en el que viajó el célebre astronauta junto a Edwin Aldrin, una pequeña nave conocida como “Águila”, que se había separado minutos antes de la Columbia para facilitar las maniobras de alunizaje. Fue en esta última donde permaneció Michael Collins y gracias a su labor es como se pudo garantizar el regreso a nuestro planeta de los tres intrépidos astronautas. Lo de Base Tranqulidad se refiere al lugar exacto donde se posó el águila, una amplia llanura lunar a la que se había bautizado como “Mar de la Tranquilidad”.


Existe en internet multitud de documentación relacionada con este trascendental hecho, mucho más ahora tras la celebración de sus Bodas de Oro. Nosotros nos fijamos en cómo Saxon aborda la cuestión, desde un punto de vista hasta cierto punto romántico, elevando el hecho a la categoría casi de leyenda y otorgando al momento una trascendencia simpar de la cual todo ser humano sobre la Tierra debe sentirse orgulloso.
No sé vosotros, pero para mí el acontecimiento no deja de ser algo anecdótico, que llama mucho la atención por cómo fue llevado a cabo y por las dificultades que supuestamente entrañaba conseguirlo. Sin duda, un reto que había que superar… o no. En fin, a mí me haría mucha más ilusión que este tipo de avances se dieran una vez estuviera garantizado el acceso al agua potable y a una alimentación digna a todos los seres humanos.
Pero todo es opinable, faltaría más. 


Os dejo con la canción, otra maravilla melódica, más larga de lo habitual en el grupo, de corte intimista, con una muy rica y cuidada sección instrumental. Bajo mi humilde entender es el típico tema que ejecutado en directo gana enteros lo mires por donde lo mires. En fin, una obra que nos ayuda con facilidad a imaginarnos dentro de esa cápsula que nos dejará abordar la superficie lunar con todas las de la ley. Un tema extraordinario y de lo más sobresaliente, sin duda.

Para terminar os reto a que dejéis en los comentarios, si os apetece, más canciones y grupos que aborden de manera directa o de soslayo la temática lunar. Seguro que salen un buen número de ellos.

Saludos y feliz verano!









jueves, 11 de julio de 2019

LA CULTURA EN EL ROCK.


Lindbergh, su hijo… y los Asfalto.

Ay, Asfalto… Vaya pedazo de grupo. Hora era de que se pasearan por aquí, ¿verdad? Supongo que todo era cuestión de tiempo, pues sé a pie juntillas del amor que el administrador de este maravilloso sitio tiene por la banda. Venga, pues yo me encargo de abrir la veda y con toda seguridad irá cayendo más material en futuras entregas.

Asfalto inauguran el sello Chapa Discos de la discográfica Zafiro allá por el año 1978, con su disco homónimo, un clasicazo como la copa de un pino que todo el que se precie amante del Rock de este país tiene en los altares… a excepción del propio grupo, parece ser.

Fueron las desavenencias surgidas por el sonido final del disco (un Mariskal Romero que hizo lo que pudo en la producción de su primer trabajo a tales efectos) lo que provocó que la banda se dividiera en dos, dando lugar a Topo y desde entonces los destinos de ambos grupos han estado siempre ligados como un tándem indisoluble, cuestión esta que igual a los propios músicos protagonistas de la historia no les hizo la menor gracia, pero que ellos mismos fomentaron en los años 90 cuando recuperaron la formación original para dar a luz dos discos también maravillosos, pero que a mí más me parecen pertenecer a una banda de nueva formación que debería haberse llamado algo así como “Asfaltopo” o “Topasfalto”. Pero este es un debate que quizá haya que abrir en otro momento.

Hoy nos centramos tan solo en la cultura, de momento.


Tanto Asfalto como Topo siempre nos han regalado temas con unas letras de lo más interesantes, casi siempre ancladas en la realidad social de su época, unas veces con visiones más directas, otras con un punto de vista más poético. Los años de gloria de Asfalto, que bajo mi humilde opinión, estuvieron en los años 80, durante el trío de joyas  “Más Que Una Intención”, “Cronofobía” y “Corredor De Fondo”, con un Julio Castejón tocado por las musas a la hora de componer canciones absolutamente sublimes, nos dejan también algunas pocas letras que se relacionan con personajes o acontecimientos históricos.

“El Hijo de Lindbergh” es el cuarto corte del incomparable “Más Que Una Intención”, trabajo que salió al mercado en 1983, con un tremendo Miguel Oñate a las voces. Es, sin embargo, Castejón quien toma las riendas vocales del tema que nos atañe. Y la verdad es que lo borda, para qué nos vamos a engañar. La canción rezuma sentimiento y elegancia, nos transporta allá donde ella cree conveniente, un auténtico baladón de esos que no se ajustan a lo que el tiempo y los excesos sónicos han hecho del término, en suma, una jodida obra maestra y perdonen ustedes por la expresión.


Charles Augustus Lindbergh fue un piloto estadounidense de ascendencia sueca que se convirtió en celebérrimo tras haber sido el primero en cruzar el Océano Atlántico de un extremo a otro, consiguiendo unir Nueva York con París sin hacer ni una sola escala; estamos hablando de  mayo de 1927, así que como imaginaréis la hazaña tiene poco desperdicio. Su monoplaza tenía el nombre de “Espíritu de San Luis”, referencia de la que también habla la canción, como más tarde veremos. El dato curioso es el de que todo surgió gracias al impulso de un millonario que ofreció 25.000 dólares de la época para quien lograra el reto: allí estuvo Lindbergh para culminarlo. Y para forrarse, ya de paso. Un dinero que finalmente le trajo más disgustos que alegrías, como ahora veremos.

¿Por qué el tema de los Asfalto está tratado desde la perspectiva de “el hijo” del piloto? Fue 5 años después de la hazaña cuando un pirado llamado Bruno Hauptmann parece ser que secuestró al primogénito de Lindbergh, de tan solo veinte meses de edad, para acabar asesinándolo poco tiempo después, tras haber cobrado un suculento rescate. De esta manera, la magnífica canción está narrada por el pequeño, una vez muerto y ya desde el paraíso. Es allí donde espera pacientemente hasta poder recomenzar la truncada relación con su padre, quien no abandonaría el mundo de los vivos hasta 1974. Un punto de vista de lo más emotivo, ¿cuánt@s de nosotr@s no daríamos lo que fuera por poder reencontrarnos con nuestros seres queridos en un hipotético futuro?
 
Os dejo con la joya. No tiene un ápice de desperdicio.


“El hijo de Lindbergh”.

Apenas llegó a crecer
lo suficiente para comprender
todo lo que era su padre,
adoraba siempre estar con él.
Pero un día una mano sucia
les separó
y ahora está esperando
allá arriba, entre las nubes,
un avión.

Sentado en una nube
cree que ya debe venir,
pilotando su aparato
el viejo “Espiritu de San Luis”.
Pasa el tiempo donde no existe el tiempo
y aún no llegó.
Como cree sentir en el viento
el susurro y el aliento de su voz.

Por fin le ve venir mucho más viejo
y con el pelo gris.
¿Por qué tardaste tanto?
Perdona hijo, tuve que vivir.
Cuánto tiempo te he esperado,
¡no te vayas papá!
Estaré siempre a tu lado,
 nada nos separará nunca más...
nunca más.

Subamos juntos a tu avión
hacia la luz.
Cruzaremos sobre un mar
que se pierda en las estrellas...
más allá.




 
Si queréis documentaros mejor sobre Lindbergh y su historia: