Esta canción apareció en el disco “Beyond Good And Evil” hace
ya la friolera de dieciocho años, que se dice pronto. Este disco que fue
lanzado al mercado en el año 2001 supuso la vuelta al ruedo de esta banda tan
peculiar -y tan buena- después de casi siete años sin publicar material
discográfico nuevo. El grupo de Ian Astbury y Billy Duffy siempre
ha seguido sus propias reglas dentro del negocio musical y tal vez ese instinto
nato que la pareja Astbury/Duffy ha aplicado durante toda su carrera les
ha permitido alcanzar el actual estatus que goza su banda; nivel del todo
justificado y ganado a pulso contra viento y marea, dicho sea de paso.
Este binomio guitarra/cantante, uno de los más populares y
controvertidos dentro del apasionante mundillo del Rock n’ Roll, ha
demostrado con creces el talento que atesora. No hay más que pegarle una
escucha a su discografía, sólida como una roca, poseedora de un estilo
particular, ecléctico, definido y lo suficientemente prolífico como para que
sean tomados en la consideración que merecen; de hecho son de esos pocos grupos
que pueden presumir de no haber grabado nunca dos discos iguales. Su particular
mezcla de elementos de The Doors, Elvis, Zeppelin o Danzig junto
a algún ramalazo Punk ha llevado a nuestra particular pareja a
consolidar una carrera musical más allá de sus propias diferencias y disputas
internas. No son mi grupo de cabecera, ni mucho menos, pero todos sus discos
tienen ese “algo” que los hacen especiales a los oídos de muchos.
Este disco se fraguó tras la reunión del grupo en 1999 para la que Ian
Astbury y Billy Duffy contaron con las baterías de Matt Sorum,
un tipo idóneo para la música que tenían entre manos. Los coqueteos con la
música industrial tan de moda por entonces se reflejan claramente en el tema
que titula este texto. Lo que ocurre es que el tratamiento, como en la mayoría
de las canciones del grupo, siempre se sustrae a las propias señas de identidad
de su música. Esta canción no fue escogida como single, ni se le hizo vídeo
clip, ni nada de nada; sin embargo es un temazo. Es lo que tienen los grandes
discos de los grupos buenos: no te meten una sola canción de relleno y todos
los temas tienen su aquel. La canción tiene un inicio agresivo, con todo el
grupo entrando a piñón y usando esas reminiscencias industriales a las que nos
hemos referido antes. La línea vocal lleva el sello Astbury, con su voz
sinuosa y susurrante; una mezcla entre sugerente y peligrosa, como si de la
serpiente que te ofrece la tentación de la manzana se tratase. La encarnación
perfecta de Jim Morrison. No en vano cuando los Doors decidieron
volver a girar en 2002 bajo el sospechoso apelativo de “The Doors of The
21st Century”, tanto Manzarek
como Krieger se acordaron de Ian Astbury para la imposible tarea
de sustituir a Jim Morrison… y el propio Astbury lo logró hasta
tal punto que fue el que le dio coherencia y consistencia a esa reunión tan sui
géneris, por llamarla de algún modo.
Pero volvamos a la canción. Si la entrada de “American gothic”
ya te pone firme, es el estribillo el que te lleva a otro terreno. Su
acertadísimo arreglo hace que se te caigan todos los esquemas al suelo y que te
abandones al espíritu de la canción. Esos pequeños detalles son los que acaban
de diferenciar a The Cult del resto de grupos, consiguiendo ejercer un
magnetismo sobre el oyente que hace que, una vez escuchado, te enganche sin
remedio. Aquí consiguen dar el salto cualitativo que hace de una buena canción
algo especial y diferente, pero esto solo son consideraciones de fan enfermizo
sin remedio. Y, por si fuera poco, la letra es buenísima; o sea, el lote
completo. Del universo personal de Ian Astbury es hasta cierto punto normal
que puedan salir unas sucesiones de letras con tamaña inspiración y talento.
Así que aquí me quedo, escuchando y disfrutando mientras no puedo evitar corear
en alto aquello de: Eating the cancer cells from the death machine.