Por un
lado lo musical. Disfruté de la espectacular voz de este hombre, hoy día venido
a menos en cuanto a términos de popularidad que no de talento. Un espectáculo
que arranca con “To love somebody” y
en el que suenan temas como “Dock on the
bay” de Otis Redding o “Sweet Home Chicago” no es cuestión
baladí.
Michael presentaba su último trabajo discográfico, “Ain’t no mountain high enough”, del
que sonó el tema homónimo, una joya popularizada por Marvin Gaye y que en la garganta de Bolton resultó perfecta. La banda que le acompañó para la ocasión
me pareció bastante solvente, en especial el saxofonista, aunque hay que hacer
mención especial para la cantante Kelly
Levesque, con la que interpretó unas canciones a duo, entre ellas la
conocida “How am i suppose to tive
whitout you”. El momento álgido llegó cuando Michael Bolton interpretó el conocido “Nessun Dorma” de Pucini
que nos puso los pelos de punta. Como curiosidad quiero comentar que Levesque tuvo su momento solista,
supongo que para descanso de la voz de Bolton,
en el que se hizo un pequeño medley que incluyó fragmentos de temas de Cher y el ”Forever” de Kiss… Bolton dejó para el bis su versión de “Georgia on my mind” en la que no pude
evitar acordarme de Glenn Hughes.
El
artista telonero, un pianista llamado Paul
Maxwel, me gustó, sobre todo su homenaje final a Jerry Lee Lewis subido encima del piano. Grande.
Reconozco que, aunque Bolton era uno de esos cantantes de mi lista por escuchar en directo, no puedo evitar pensar que hubiera sido de él si hubiese decidido seguir por la línea del buen Rock melódico de sus primeros discos -“The Hunger” es buenísimo- en vez de buscar ese tinte más acaramelado e impersonal que exigían las radios de finales de los ochenta y noventa a las que vendió su alma.
Al margen de lo estrictamente musical aquello fue desde luego una experiencia. Empezando por un recinto habilitado para público de diversas categorías. Frente al escenario teníamos las entradas VIP, cómodos sillones, con sus mesas respectivas debidamente engalanadas, con sus recipientes para mantener frías las botellas de champán, con sus camareros y sirvientes varios prestos a llevar el cochecito con los bebés y demás desvaríos que se le pudieran ocurrir al encantador público que quisiera pagar los ciento y pico (mucho pico) euros que costaba el asunto. Detrás el público de “segunda”, solo con los asientos engalanados. En las gradas el público ¿habitual? de conciertos, con su asiento y punto. Y en los laterales, por detrás del escenario, sí, detrás del escenario, las entradas “baratas”; lo cierto es que si te colocabas bien veías justo el escenario de lado y podías disfrutar y enterarte del concierto. Esa fue la opción elegida.
Reconozco que, aunque Bolton era uno de esos cantantes de mi lista por escuchar en directo, no puedo evitar pensar que hubiera sido de él si hubiese decidido seguir por la línea del buen Rock melódico de sus primeros discos -“The Hunger” es buenísimo- en vez de buscar ese tinte más acaramelado e impersonal que exigían las radios de finales de los ochenta y noventa a las que vendió su alma.
Al margen de lo estrictamente musical aquello fue desde luego una experiencia. Empezando por un recinto habilitado para público de diversas categorías. Frente al escenario teníamos las entradas VIP, cómodos sillones, con sus mesas respectivas debidamente engalanadas, con sus recipientes para mantener frías las botellas de champán, con sus camareros y sirvientes varios prestos a llevar el cochecito con los bebés y demás desvaríos que se le pudieran ocurrir al encantador público que quisiera pagar los ciento y pico (mucho pico) euros que costaba el asunto. Detrás el público de “segunda”, solo con los asientos engalanados. En las gradas el público ¿habitual? de conciertos, con su asiento y punto. Y en los laterales, por detrás del escenario, sí, detrás del escenario, las entradas “baratas”; lo cierto es que si te colocabas bien veías justo el escenario de lado y podías disfrutar y enterarte del concierto. Esa fue la opción elegida.
Ahora
bien, el choque de mundo y culturas que allí se experimentó merece ser comentado.
Era mi primera vez en esa sofisticación marbellí. Desde mi atalaya lateral tuve
el gusto de presenciar un show paralelo al de Michael. Enseguida se llenó la zona VIP, con sus señoras y
señoritas envueltas en vestidos imposibles y sus señores de vuelta de todo. Los
camareros iban y venían con bebidas, rodaballos y besugos mientras Paul Maxwel interpretaba “Great balls of fire” del gran Jerry Lee encima de su piano de cola
blanco.
Detrás
estaban los que decidieron no abonar la entrada VIP, que, resignados, miraban
de reojo a los besugos que llevaban los camareros en sus bandejas plateadas
mientras mantenían esa pose de jet set como si nada.
Empezado el concierto comenzó el show, una señora de la primera fila tuvo a bien pretender entregarle a Michael una bandera de Finlandia y, ni corta ni perezosa, se levantó y se acercó al borde del escenario. Por su parte el personal de seguridad intentaba educadamente que desistiera de su empeño. Igualito que en los conciertos de Rock.
La
siguiente en aparecer fue otra señora que, ebria de emoción y supongo que de
algo más, no pudo frenar los instintos que nuestro cantante favorito le
despertaba y decidió ponerse a bailar y a lanzar besos a Michael desde el borde del escenario. La tensión siguió en aumento
cuando otra señora, de estilizada figura y ropajes que dejaban ver más de lo
que uno desearía, decidió acompañar a nuestra encantadora fan poniéndose a
bailar con ella. Los de seguridad como si nada y no quiero pensar que pasaría
por la cabeza de Bolton en esos
momentos. Nuestras amables señoras de la noche marbellí continuaron
deleitándonos con sus movimientos hasta que la primera no pudo más y, víctima
de su emoción y su algo más, cayó al suelo propinándose un severo espaldarazo.
Entonces entraron en acción los de seguridad para socorrer a nuestra querida
fan y llevarla a la asistencia sanitaria pertinente.
Hubo
más momentos delirantes, como aquel caballero de la primera fila en chanclas
que estimó oportuno enseñarnos las plantas de sus pies o cómo hacía el clavo
encima de la silla. El propio Bolton
debería estar alucinando, o no.
Que
cada uno saque sus propias conclusiones. Mientras en los conciertos de Rock
tratan al público como ganado, los tickets Vip en Marbella practicamente le
permiten al espectador ofrecer un repertorio de actitudes delirantes que tiene
que contemplar hasta el propio artista.
En fin. Nos quedaremos con la música, que es lo importante. Y para muestra la deliciosa versión que Michael Bolton hizo de esa gran canción llamada "Georgia on my mind".
No hay como tener pasta para hacer lo que te de la gana. Seguro que los seguratas desearían que fuese un concierto de heavy para ponerse malotes, que les jodan
ResponderEliminarComo diría el Molina, luego el resto a tocar en porquerizas y sitios en los que te tratan como a ganado, jeje. Los sitios lujosos son para los otros y se pueden permitir el lujo de saltarse las normas y todo eso, que no pasa nada. Ponte tu a hacer lo mismo en cualquier otro concierto, que al segundo ya están los seguratas "invitándote" a que te pires. Rafa.
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