Clube de Adictos a Deep Purple

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Púrpura Chess

This blog is basically a musical site. Here we talk about the music we like, using different angles. As dear and missed Jon Lord once said: “Music is the highest kind of Art that exists”. I think the same way too.

Púrpura Chess

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martes, 16 de julio de 2019

The Rolling Stones: “Slipping away”.


La verdad es que aunque casi cualquiera de los discos que han venido sacando los Rolling Stones desde finales de los setenta tiene ese cierto componente sensual que lo hace ideal para la época estival, la canción que preside el título de este escrito encaja a la perfección en mitad de cualquier tórrida y liberada noche de verano de gran ciudad. Este tema apareció en el estupendo disco que sacaron los Stones a finales de los ochenta bajo el título de “Steel Wheels”. Dicho álbum es en sí mismo de enjundia, lleno de composiciones bastante acertadas y tocando los diversos palos estilísticos que han hecho de los Rolling Stones el grupo famoso que es a día de hoy. Desde las directas “Sad sad sad” o “Hold on to your heart”, las stonianas marca de la casa como “Hearts for sale” o “Rock and a hard place”, las ambientales “Terrifying”, “Almost hear your sight” o la étnica “Continental drift” –que pasa por ser de lo mejorcito de todo el disco–, el Blues crudo de “Break the spell”, la delicadeza de “Blinded by love” o la ternura desnuda de “Slipping away”; incluso el single principal del disco “Mixed emotions” atesora la calidad necesaria. En fin, que otro día nos detendremos más en profundidad con este disco.


El caso es que por el motivo que sea, cada verano siento la necesidad de dedicarle una noche de esas de calor asfixiante a pinchar una vez más este disco y, en particular, el tema “Slipping away”. Es esta una canción ideal para ponerte un buen licor de café helado –de esos que tienen bastantes grados– y sentarte en compañía de la calurosa penumbra de una noche de Julio apoyado en la terraza o frente a la ventana para dedicarte al sencillo y necesario ejercicio de ver la vida pasar. No bromeo, nuestra vida es muchas veces tan caótica y tan llena de responsabilidades, horarios, objetivos, obligaciones –muchas veces escogidos libremente y otras de serie– y un sinfín de cuestiones más que a veces es saludable parar, quedarte en el sitio y dedicarte a contemplar. “Slipping away” y su lenta melodía son ideales para llevar a cabo este ejercicio, mientras su inusitada dulzura se te impregna a la vez que cada sorbo te ayuda a buscar un efímero resguardo frente al calor veraniego y la complicidad de la noche te atrapa con su invisible manto.

                                                             Keith Richards.

No voy a negar que Rolling Stones no es grupo de mi cabecera ni mucho menos. Nadie discute que tiene una discografía sólida como una roca y numerosas canciones imperecederas que se han enroscado en el subconsciente de las distintas generaciones que las han ido escuchando, eso tiene su mérito y es ridículo negarlo; de hecho en mis estanterías se encuentran prácticamente todos sus discos oficiales. El asunto se complica cuando se aborda la difícil cuestión de la calidad de sus músicos. Aquí la cosa se puede volver compleja puesto que he visto a pocos grupos con fans tan intransigentes en este sentido como los de los Rolling. Cierto es que el binomio Jagger/Richards firman casi la totalidad de su discografía, pero de ahí a ser grandes músicos media un abismo. Y esto es algo que no muchos seguidores del grupo parecen tener en cuenta.
Que Mick Jagger y Keith Richards se llevan detestando media vida no es ningún secreto, lo que pasa es que les interesa seguir juntos si hablamos en términos de popularidad. No son la primera pareja musical famosa que no se soporta ni será la última, por ahí está todo claro y no hay mayor problema al respecto. De hecho antes de sacar este disco del que hoy hablamos tanto Mick como Keith lo intentaron cada uno en solitario, lo que pasa es que se dieron cuenta rápidamente de que las ventas de platino y los estadios abarrotados solo se conseguían bajo el maridaje de Rolling Stones. De este modo, tanto la flema de Jagger como el punto de sobrado que pasea con desdén Richards decidieron meterse sus rabos entre las piernas, apretaron sus respectivos rectos y a grabar el siguiente de los Stones. Y así hasta el día de hoy.

                                                           The Glimmer Twins.

Y si hablamos del asunto de sus habilidades como músicos e intérpretes ahí también hay mucha tela que cortar. Invitaría a todo aquel escéptico a que tuviese una charla al respecto –si fuese posible, claro– con el tristemente fallecido Brian Jones (D.E.P.) o con Mick Taylor, ambos guitarristas de los Stones en los sesenta y primeros setenta respectivamente y que eran los encargados de sacar las castañas del fuego a nuestra entrañable pareja. Seguro que tenían unas cuantas cuestiones que comentar al respecto de la composición y la interpretación de la música de los Rolling. Si hasta cuando se tuvo que buscar sustituto a Taylor sonaron los nombres de ilustres como Rory Gallagher o Jeff Beck para acompañar al amigo Keith Richards. Imagino la cara que debió poner el líder y fundador de la Jeff Beck Band cuando le informaron de que debía estar a la sombra de Keith Richards. Un tipo con el recorrido y carisma de Jeff Beck, que es uno de los principales referentes de la guitarra de toda la vida y ha influenciado a las siguientes generaciones de músicos que se han acercado al preciado instrumento de las seis cuerdas, lidiando con una situación tan atómica e imposible. Finalmente el puesto se lo llevó Ron Wood, un tipo que no olvidemos que venía de ser el guitarra rítmico del propio Beck en la Jeff Beck Band y al que poco después el creador de “Blues De Luxe” le puso a tocar el bajo en su grupo. Poco más que añadir. De este modo los niveles en el mítico grupo del “(I can’t get no) Satisfaction” o del “Gimme shelter” quedaban algo más equiparados. De hecho, si hablamos de calidad a la hora de acercarse a su instrumento, el que siempre me ha gustado más ha sido Charlie Watts y su toque jazzy tan interesante.

                             The Jeff Beck Group: Aynsley Dunbar, Jeff Beck, Ron Wood y Rod Stewart.

                                                            Jeff Beck & Ron Wood.

De cualquier manera, tienen en su haber discos que son verdaderas obras de arte. Por cierto, menuda versión se marcó el bueno de Meat Loaf del clásico “Gimme shelter” de los Rolling en su directo “3 Bats Live”. Aquello sí que es harina de otro costal. Nuestro encantador vocalista adornó la canción con toda la intensidad y parafernalia que acostumbra para darle otro color a un tema que ya de por sí es mítico.
Pero no me quiero desviar demasiado, ahora toca seguir degustando el calor de la noche y tomando otro trago del oro negro mientras la vida pasa ante los ojos con la música de los Stones como banda sonora.


 





jueves, 11 de julio de 2019

LA CULTURA EN EL ROCK.


Lindbergh, su hijo… y los Asfalto.

Ay, Asfalto… Vaya pedazo de grupo. Hora era de que se pasearan por aquí, ¿verdad? Supongo que todo era cuestión de tiempo, pues sé a pie juntillas del amor que el administrador de este maravilloso sitio tiene por la banda. Venga, pues yo me encargo de abrir la veda y con toda seguridad irá cayendo más material en futuras entregas.

Asfalto inauguran el sello Chapa Discos de la discográfica Zafiro allá por el año 1978, con su disco homónimo, un clasicazo como la copa de un pino que todo el que se precie amante del Rock de este país tiene en los altares… a excepción del propio grupo, parece ser.

Fueron las desavenencias surgidas por el sonido final del disco (un Mariskal Romero que hizo lo que pudo en la producción de su primer trabajo a tales efectos) lo que provocó que la banda se dividiera en dos, dando lugar a Topo y desde entonces los destinos de ambos grupos han estado siempre ligados como un tándem indisoluble, cuestión esta que igual a los propios músicos protagonistas de la historia no les hizo la menor gracia, pero que ellos mismos fomentaron en los años 90 cuando recuperaron la formación original para dar a luz dos discos también maravillosos, pero que a mí más me parecen pertenecer a una banda de nueva formación que debería haberse llamado algo así como “Asfaltopo” o “Topasfalto”. Pero este es un debate que quizá haya que abrir en otro momento.

Hoy nos centramos tan solo en la cultura, de momento.


Tanto Asfalto como Topo siempre nos han regalado temas con unas letras de lo más interesantes, casi siempre ancladas en la realidad social de su época, unas veces con visiones más directas, otras con un punto de vista más poético. Los años de gloria de Asfalto, que bajo mi humilde opinión, estuvieron en los años 80, durante el trío de joyas  “Más Que Una Intención”, “Cronofobía” y “Corredor De Fondo”, con un Julio Castejón tocado por las musas a la hora de componer canciones absolutamente sublimes, nos dejan también algunas pocas letras que se relacionan con personajes o acontecimientos históricos.

“El Hijo de Lindbergh” es el cuarto corte del incomparable “Más Que Una Intención”, trabajo que salió al mercado en 1983, con un tremendo Miguel Oñate a las voces. Es, sin embargo, Castejón quien toma las riendas vocales del tema que nos atañe. Y la verdad es que lo borda, para qué nos vamos a engañar. La canción rezuma sentimiento y elegancia, nos transporta allá donde ella cree conveniente, un auténtico baladón de esos que no se ajustan a lo que el tiempo y los excesos sónicos han hecho del término, en suma, una jodida obra maestra y perdonen ustedes por la expresión.


Charles Augustus Lindbergh fue un piloto estadounidense de ascendencia sueca que se convirtió en celebérrimo tras haber sido el primero en cruzar el Océano Atlántico de un extremo a otro, consiguiendo unir Nueva York con París sin hacer ni una sola escala; estamos hablando de  mayo de 1927, así que como imaginaréis la hazaña tiene poco desperdicio. Su monoplaza tenía el nombre de “Espíritu de San Luis”, referencia de la que también habla la canción, como más tarde veremos. El dato curioso es el de que todo surgió gracias al impulso de un millonario que ofreció 25.000 dólares de la época para quien lograra el reto: allí estuvo Lindbergh para culminarlo. Y para forrarse, ya de paso. Un dinero que finalmente le trajo más disgustos que alegrías, como ahora veremos.

¿Por qué el tema de los Asfalto está tratado desde la perspectiva de “el hijo” del piloto? Fue 5 años después de la hazaña cuando un pirado llamado Bruno Hauptmann parece ser que secuestró al primogénito de Lindbergh, de tan solo veinte meses de edad, para acabar asesinándolo poco tiempo después, tras haber cobrado un suculento rescate. De esta manera, la magnífica canción está narrada por el pequeño, una vez muerto y ya desde el paraíso. Es allí donde espera pacientemente hasta poder recomenzar la truncada relación con su padre, quien no abandonaría el mundo de los vivos hasta 1974. Un punto de vista de lo más emotivo, ¿cuánt@s de nosotr@s no daríamos lo que fuera por poder reencontrarnos con nuestros seres queridos en un hipotético futuro?
 
Os dejo con la joya. No tiene un ápice de desperdicio.


“El hijo de Lindbergh”.

Apenas llegó a crecer
lo suficiente para comprender
todo lo que era su padre,
adoraba siempre estar con él.
Pero un día una mano sucia
les separó
y ahora está esperando
allá arriba, entre las nubes,
un avión.

Sentado en una nube
cree que ya debe venir,
pilotando su aparato
el viejo “Espiritu de San Luis”.
Pasa el tiempo donde no existe el tiempo
y aún no llegó.
Como cree sentir en el viento
el susurro y el aliento de su voz.

Por fin le ve venir mucho más viejo
y con el pelo gris.
¿Por qué tardaste tanto?
Perdona hijo, tuve que vivir.
Cuánto tiempo te he esperado,
¡no te vayas papá!
Estaré siempre a tu lado,
 nada nos separará nunca más...
nunca más.

Subamos juntos a tu avión
hacia la luz.
Cruzaremos sobre un mar
que se pierda en las estrellas...
más allá.




 
Si queréis documentaros mejor sobre Lindbergh y su historia:









sábado, 6 de julio de 2019

REFLEXIONES METÁLICAS


Europe en la boda de Pilar Rubio y Sergio Ramos.

Ni AC/DC ni Aerosmith, finalmente fue Europe el grupo de Heavy/Rock que actuó en la boda de Pílar Rubio y Sergio Ramos.
Desde distintos medios se aseguraba que sería la banda australiana la que descargara su Rock en la finca sevillana del jugador, sin embargo esta aseveración no reflejaba más que el absoluto desconocimiento de esas voces respecto a la escena del Rock duro: del elevado caché que tienen los de Angus Young (sí, a pesar de ser una banda de melenudos) y del ingente esfuerzo que supondría traer a los aussies, fuera de gira, desde su Australia natal para tocar en la capital andaluza ante 400 espectadores.


Era más factible pensar en los suecos que venían de participar en el festival Rock The Coast en la cercana Fuengirola y que, además, tienen un caché más asumible. Sin contar con que al no ser una banda tan top, tendrían menos remilgos en tocar en un evento de tales características.
Porque no nos engañemos hay muchos que verían mal que una banda tan grande actuase en un sarao así. Sería como rebajarse, como perder algo de su dignidad.
Aquí se abre un debate interesante: debe tocar un grupo de nivel en cualquier sitio siempre que paguen su caché, o no y abstenerse de participar en ciertas fiestas privadas aunque sean capaces de abonar sus emolumentos.


miércoles, 26 de junio de 2019

Para que adquiere la gente un instrumento de música. VI


Vuelve a llegar el verano y, sentado frente a las letras con la inseparable compañía de la música del Sinatra del siglo XXI y de un buen vaso de delicioso sake, es el momento ideal para recuperar otra de esas clasificaciones tan deliciosas como absurdas que en el fondo no tiene más intención que la de reconocer de nuevo la importancia de la música y de sus propios creadores/intérpretes entre nosotros. Seguro que cada uno que lo piense durante un momento tiene su particular clasificación y seguro que para nada coincide con la que viene a continuación. Y eso es perfecto, todas son igual de válidas. Siempre bajo un prisma en esencia inofensivo y sin más pretensiones que las de dibujar una pequeña sonrisilla en el semblante del sufrido lector, nos abandonamos al dislate de intentar dibujar una tipología de personas que en algún momento de sus vidas deciden acercarse al insondable mundo del instrumento musical. Desde los que lo dominan casi de inmediato hasta los que no lo conseguirán jamás, hemos pergeñado una clasificación de distintos perfiles tan subjetiva como irreverente. Consecuencia directa de la que elaboramos al inicio del pasado verano y que cualquiera que tenga algo de tiempo que perder y mucha paciencia para leer puede degustar dentro del imposible ciclo que sin querer casi hemos venido llevando a cabo prácticamente desde que este sitio se creó y al que se puede acceder pinchando en la palabra protagonista de todo: Música.


1.- Para aprender a tocarlo.

Obvio. No podía comenzar esta reflexión con un punto de partida diferente. Cuando alguien decide abrir esa puerta, de un modo u otro, no suele haber marcha atrás; la música te ha enganchado. Otra cosa bien distinta es que uno acabe logrando dominar dicho instrumento. La capacidad para ser capaz de hablar el lenguaje musical usando alguna de sus herramientas no es cuestión baladí y, una vez te aventuras en esa aventura, los resultados pueden ser diversos. Hay gente que acaba tocándolo, gente a la que le fluye de manera insultantemente innata, otros a los que les cuesta más o menos y otro porcentaje que no lo logrará jamás. En fin, el caso es intentarlo.
Antiguamente el asunto de aprender a tocar un instrumento era algo que se te inculcaba desde la familia, aparecía grabado a fuego en tu ser desde una edad temprana, o venía a ser una mezcla de las dos cuestiones anteriores. El nivel económico tenía bastante que ver para poder lanzarse a esta aventura… y si querías ser batería ni te cuento. Muy pocos podían permitirse pagar clases y, al menos dentro del entorno del Rock, muchas veces también se contaba con la firme oposición de los progenitores de turno, asustados de que sus tiernos infantes se quisieran convertir en unos quinquis melenudos sin ningún porvenir. De este modo y sin proponérselo, nuestros padres conseguían ir forjando nuestro carácter, nuestra cabezonería y la capacidad de aprender de oído para aquellos agraciados que estaban destinados a lograr el ansiado objetivo. Aquel lejano recuerdo de llegar a joder los cabezales del reproductor VHS dando adelante y atrás para poder pillar las notas y acordes que interpretaban tus ídolos en las grabaciones de directo. En fin, aquellos maravillosos años.
En la actualidad todo ha cambiado a un ritmo vertiginoso. Se puede acceder más fácilmente al preciado instrumento musical, hay infinidad de posibilidades para recibir clases e incluso internet está trufado de tutoriales para aprender las cuestiones más insospechadas. Hoy en día hay más grupos que nunca y los locales están repletos de músicos que trabajan en su pasión esperando su oportunidad. Sin embargo, es muchísimo más complicado acceder al éxito y al reconocimiento. La sobresaturación de grupos, el vacío que ha dejado la todopoderosa industria de las casas de discos y, sobre todo, la nueva cultura del todo gratis, todo sin esfuerzo, todo con prisa y no valoro nada a la que nos hemos visto abocados pueden ser algunos de los factores que nos impidan descubrir a los nuevos Judas Priest o a los nuevos Guns n’ Roses. De cualquier modo, cada vez que un chaval decide entonar una canción, agarrar un mástil con cuerdas o aporrear un par de cajas con unos palos, la semilla se vuelve a sembrar y la esperanza continúa intacta.



2.- Para no tocarlo jamás.

Otra realidad tan sorprendente como incontestable. Por increíble que parezca, hay gente que se lanza a la aventura de comprar un instrumento musical para que acabe cogiendo polvo en el rincón más insospechado de su casa. Seguro que muchos conocemos a alguien así... o nosotros mismos formamos parte de este grupo.
Las motivaciones que llevan a adquirir un instrumento siempre son nobles y sinceras. Por norma general se trata de sujetos que aman la música en todas o en algunas de sus manifestaciones; lo que ocurre es que al final les pueden las adversidades inherentes al propio lenguaje musical, caprichoso en esencia y destinado a un grupo de elegidos más o menos numeroso.
Conviven aquí dos tipologías distintas, por un lado tenemos a los que realmente desean aprender a tocar música y por otro están los que se sienten atraídos en esencia por toda la imaginería ligada a la cuestión musical. Para los primeros la pasión y el deseo están ahí desde el inicio, pero no han sido escogidos por los dioses y acaban tirando la toalla a la primera o en cuanto no salen del riff inicial de “Smoke on the water”; poco tiempo después el otrora preciado bien pasa a formar parte de esas cosas de las que nunca te desprendes, pero que ya no vas a volver a utilizar en tu vida. Seguro que estas personas llegaron a conseguir afinar el instrumento alguna vez, pero hasta ahí llegó el asunto. El segundo tipo de individuos ni siquiera llegarán tan lejos. Alguien de su entorno les convenció un día para comprar una ganga, que generalmente suele ser una guitarra, y se lanzaron al asunto presos del destello de las luces de neón. Por desgracia, una vez pasada la adrenalina inicial de dichos destellos, se encontraron con una empresa que ni podían ni realmente querían llevar a cabo. En este caso puede que ni siquiera llegasen a intentar la afinación.
La consecuencia lógica de estos avatares lleva a muchas de las personas del primer subgrupo y a prácticamente la totalidad del segundo al irremediable final: volver a venderlo. Lo que nos da pie a otro tipo de perfil que abordaremos a continuación.


3.- Los que no consiguen aprender, por mucho que lo intenten.

Aquí nos encontramos a gente que tiene bastante que ver con los del apartado de comprar un instrumento musical para no tocarlo jamás, pero con la diferencia de que ellos sí que lo adquirieron con la clara idea de dominar su lenguaje. Incluso algunos de ellos consiguieron salir de este apartado para convertirse en músicos o al menos en personas capaz de tocar música; como decía una amiga con la que estudié y que tocaba el acordeón: “Hay gente con nula capacidad para la música que, con mucho esfuerzo y más clases, consiguen medio tocar algo con decencia”. En fin, toda mi solidaridad y completo apoyo para ese grupo que está dispuesto a rebatir el caprichoso dedo divino y luchan contra todos los elementos para alcanzar el preciado fin, aunque no sea ese su destino. La vida está hecha para los valientes que luchan por sus convicciones, esa gente inasequible al desaliento que tiene grabado a fuego en su corazón el objetivo por el que luchan. Para todos los demás de este grupo, la realidad acaba haciéndoles ver que su misión en la vida no es tocar música, aunque seguro que en otros campos lo borden. No hay que olvidar que todo ser humano tiene un talento, por extraño que sea y recóndito se esconda, solo hay que descubrirlo y potenciarlo.
Ah!, se me olvidaba. Algunos de estos que no consiguen aprender a tocar, se frustran y no asimilan bien su realidad. No es seguro ni demostrable empíricamente, pero a veces uno piensa que se acaban convirtiendo en críticos musicales; de esos que solo saben ver paja en ojo ajeno y practican el deleznable oficio del periodismo agresivo, chabacano y sensacionalista que parece que desgraciadamente vende. Pero solo es una suposición. 


4.- Porque ya sabe tocarlo.

Gente con un don que ha aprendido a tocar en cuanto ha caído en sus manos algún instrumento musical. En su caso el hecho de adquirir un instrumento musical es solo un mero trámite dentro de su recorrido vital para compartir su arte con el resto de la humanidad y hacernos un poquito más felices con su particular manera de ver la vida. Un número importante de los incluidos en este grupo pertenecen a la categoría que solemos denominar como genios.


5.- Porque eres un genio.

Los que están llamados a ello, tienen grabado en su destino que acabarán haciendo mejor a la humanidad gracias a su talento sobrenatural. Estos sujetos pertenecen al minoritario número de personas poseedoras de algo único y especial, poco abundante, muy valorado y que les hará destacar aunque no se lo propongan... y seguro que ni les interese.
En el desarrollo de cualquier aspecto dentro del ámbito de la vida se pueden observar diferentes niveles de aprendizaje o de expresión y la música no iba a ser distinta en esto. Cualquiera que se lo proponga puede ser capaz de sacar música de un instrumento musical o de tabicar una canción, por elemental que sea, pero solo unos pocos elegidos pueden alcanzar el nivel en el que se encuentra gente como Paul Gilbert, Mike Portnoy, Johnny Gioeli, Billy Sheehan o Brian Wilson, por citar unos ejemplos. Para hacer muy bien algo primero te debe apasionar y luego debes estudiar, practicar y trabajar hasta ir subiendo escalones. Sin embargo por mucho que estudies nunca vas a poder llegar al estadio en el que se encuentra Eddie Van Halen, sencillamente porque es poseedor de un altar único y personal. En estos casos tan especiales se combinan la pasión, el estudio, el trabajo y ese don innato que debe venir de serie sin el que nos es imposible dar el salto cualitativo para alcanzar el Olimpo de los Dioses. Esto no debe desanimarnos en absoluto al resto de pobres mortales en nuestro devenir por la vida. Estoy plenamente convencido de que todos tenemos un talento en especial, solo se trata de descubrirlo y potenciarlo. Además, esto de las carreras la mayoría de las veces suele ser una gilipollez. No tienes por qué ser Marco Minnemann para poder tocar la batería y hacerlo realmente bien. En fin, que solo podemos congratularnos de que ese puñado de escogidos hayan decidido cultivar los demás aspectos relacionados con su talento y hayan tenido a bien compartir con el resto de nosotros su arte. Nos hacen la vida un poquito más feliz.



6.- Para interpretar/componer música.

Está claro que el apartado anterior queda reservado para un escueto grupo de elegidos. No obstante, pese a no ser tan genuino, sería injusto dejar atrás a aquellos intérpretes que han sido bendecidos con el don de ser capaces de crear música. Puede que no sean unos instrumentistas brillantes, igual ni siquiera alcanzan una cierta solvencia en este menester, pero son capaces de dar vida a composiciones musicales imperecederas. Una cosa está clara: componer y tocar música son dos conceptos que, pese a que suelen ir de la mano, se diferencian entre sí. Cuando sale este tema siempre me viene a la cabeza la figura de Rudolf Schenker. El famoso guitarrista y fundador de Scorpions, hermano mayor del también guitarra Michael Schenker, no se caracteriza precisamente por una técnica depurada a la hora de tocar su instrumento; qué coño, seamos sinceros, casi siempre que ejecuta en directo alguno de los pocos solos que no hace Matthias Jabs la suele cagar. Sin embargo este hecho no esconde que la mayoría de canciones que han hecho famoso al grupo alemán y que millones de personas tienen grabadas a fuego en su alma han salido de su cabeza, por lo que vamos a tenerle un poquito de respeto. Ahora que están tan de actualidad los incomprensibles, injustificados y rastreros ataques personales que su hermanísimo Michael lleva aireando en cuanto le ponen un micro delante, rompemos una y mil lanzas en favor del hermano mayor de la saga. Nadie pone en duda la valía y talento de Michael Schenker, es un genio, ha influenciado y mostrado el camino a millones de guitarristas y, en definitiva, es uno de esos pocos escogidos del calibre de Jeff Beck, Eddie Van Halen o Jimi Hendrix; pero si le pedimos al propio Michael que escriba en un papel el número de canciones imperecederas que ha escrito y las comparamos con las de su hermano igual se metía su lengua en santa sea la parte y mostraba un poco de respeto y agradecimiento a la persona en la que se ha apoyado mil veces en el pasado cuando sus demonios personales estaban desatados y en su vida pintaban bastos. Pero esto es marginal.
En fin, que la mayoría de grandes intérpretes suelen mostrar buenas habilidades a la hora de componer. Sin embargo también hay artistas no tan técnicos, pero con un don especial a la hora de sacarse de su chistera mágica grandes riffs, melodías y canciones.



7.- Para vacilar.

Es un clásico. Hacerse con un instrumento musical, generalmente una guitarra, para llamar un poco la atención entre los colegas y convertirte durante unos momentos en el foco de todas las miradas… hasta que alguien te pide que te toques algo. No cabe duda de que todo el que decide adquirir un instrumento por estas motivaciones también desea ser capaz algún día de poder dominarlo y emular a sus ídolos. No obstante la realidad es que, o perteneces a la selecta minoría que pasa por este mundo con el don necesario, o tienes una dedicación plena en el empeño de aprender, o lo más seguro es que te canses a las cuatro o cinco tentativas de poner sobre el mástil los cuatro acordes del “Smoke on the water” y ese maravilloso instrumento acabe vagando por cualquiera de los rincones más inaccesibles de tu territorio vital.


8.- Para venderlo.

Consecuencia directa del apartado anterior. Poco más que decir. Lo intentaste, pero no pudo ser y ahora, al menos, no has palmado demasiada pasta con la operación “Estrella del Rock”. Quién sabe, igual esa persona a la que le has vendido tu guitarra acaba convirtiéndose en el nuevo Jimi Hendrix y entonces habrás conseguido obtener tu rinconcito dentro del entrañable, caótico y maravilloso universo musical mundial.


9.- Para aprender algún fragmento de alguna canción famosa.

Relacionado con el apartado dedicado a aquellos que lo intentan, pero no consiguen dominar su instrumento musical. Muchas veces uno de los principales reclamos para alguien que se inicia en algo es lograr algún tipo de resultado que puedan apreciar el resto de mortales a simple vista; para un niño que empieza a jugar con juegos de piezas para construcciones el primer momento álgido se alcanza cuando son capaces de construir algo que se parezca mínimamente a algo. El caso musical no iba a ser menos, por supuesto. El subidón que le da a cualquiera que se inicia en esto de entender los mecanismos de funcionamiento de esos deliciosos objetos capaces de generar música cuando de ahí suena algo que remotamente se parezca a esa canción que tanto te gusta, es mágico. Sin duda el instrumento protagonista de estos menesteres es la guitarra. Si, uno de esos instrumentos que tantos y tantos hemos interpretado con la mímica de nuestra imaginación en los lugares más insospechados cobra aquí un merecido protagonismo. Y no menos protagonista es la canción que todo el mundo conoce y en la que todo Dios se cobija cuando desliza tímidamente por vez primera sus vírgenes dedos a lo largo del mástil de madera, intentando emular el conocidísimo riff de inicio. En efecto, hablamos de “Smoke on the water”. La canción que hizo ricos y famosos a Deep Purple y a su creador Ritchie Blakmore. Todo el mundo que haya agarrado alguna vez una guitarra para intentar tocarla sabe que es culpable de intentar poner su inmortal riff de inicio. El asunto llega a tales extremos que en algunas tiendas de instrumentos musicales aparece colgado un cartel que te informa de que está prohibido tocar “Smoke on the water”; eso es éxito y lo demás son tonterías. Así que démosle el merecido homenaje a esta canción que a casi todos los fanáticos de Deep Purple acaba agobiando por saturación cuando la tocan en directo y que para el resto de aficionados supone uno de los momentos culminantes de sus shows en vivo. A continuación reseñamos unos subgrupos dentro de este apartado en lo que respecta a la interpretación de este clásico más grande que la vida:

        - Los que tocan SOTW en las tiendas de instrumentos musicales.

Poco más que añadir a lo comentado antes. Visitar una tienda de instrumentos musicales acompañado de ese amigo que todos tenemos y que, pese a no saber tocar la guitarra, tiene hechos sus pinitos y se arranca con los temidos acordes para el dueño del establecimiento. Tiene hasta su punto de lógica la jocosa prohibición que suelen lucir a modo de cartel en la pared del apartado de guitarras eléctricas. No es broma, en algunas reputadas tiendas de guitarras aparece un cartel con una leyenda que dice: “Prohibido tocar el riff de Smoke on the water”. Aunque lo más cachondo del asunto puede producirse si al vendedor de marras... ni siquiera le gustan los Purple; podría hasta ser motivo de baja laboral la sobre exposición al temido riff de Blackmore.


        - Para tocar SOTW en cuanto una guitarra cae en tus manos.

Este otro tipo de sujeto consigue ir un paso más allá y se encuentra preparado para rasgar las cuerdas de cualquier instrumento musical que posea las mismas en el mismo instante en el que las circunstancias se lo permiten. Nadie tiene muy claro si sabe tocar o no, puede que ni él mismo lo sepa, pero poco importan estas minucias si puede hacer sonar el preciado riff que casi todo músico en la intimidad aspira a componer. Cuando nuestro personaje aprieta el botón de on, nada se puede hacer ya. La suerte está echada y vas a escuchar su personalísima adaptación de SOTW lo quieras o no.

        - Los que se juntan en una reunión de guitarristas amateur para tocar SOTW.

Esto ya navega entre lo peculiar y lo inquietante. Sí, hay gente que decide que en un momento determinado de su vida tiene que reunirse con otros cientos de semejantes perfectamente extraños, guitarra y ampli en mano, para hacer sonar al unísono la irrepetible introducción de uno de los temas más reconocibles de la Historia. No bromeo, cientos de personas acudieron a la llamada de una iniciativa que pretendía reunir a todos los guitarristas que lo deseasen en una misma coordenada espacio-temporal para hacer sonar a la vez el clásico de Deep Purple; incluso el mismísimo Ian Gillan se prestó voluntariamente a hacer de vocalista en esta atómica reunión. Imagino a Gillan/Glover presenciando la escena mientras intentan defender el imposible argumento de que SOTW no es famosa por el riff de inicio, sino por la letra. En fin. Y para todos los escépticos, incrédulos y negadores natos de la evidencia de este clásico inmortal, a ver cuándo y dónde se juntan todos los que van a interpretar “Starway to heaven” o alguna otra cosa por el estilo.

                                                        Guitars on the Beach 2014.


10.- Para agobiar en las reuniones sociales.

No puede ni suele faltar en ninguna reunión ese personaje que, en cuanto aparece por ahí una guitarra, se siente en la necesidad de acaparar todos los focos de atención. Nuestro decidido sujeto se lanza al ruedo sin pensar dos veces en las posibles y fatales consecuencias que sus actos pueden acarrear al resto de sus muchas veces improvisados acompañantes. Se apropia del preciado instrumento -que encima casi siempre ni siquiera es de su propiedad- y decide unilateralmente que los parroquianos allí reunidos desean escuchar su peculiar manera de redefinir el concepto de arte. Por supuesto uno de los temas principales de su improvisado set list suele ser el omnipresente “Smoke on the water”, perpetrado para la ocasión bajo su particular prisma sonoro. Esta singular especie humana se te puede aparecer en los lugares y eventos más insospechados. En serio, he tenido el gusto de disfrutar de alguno de estos inusitados conciertos incluso dentro de un entorno tan poco dado a estas manifestaciones artísticas como puede ser un curso de formación. Nuestro encantador protagonista tuvo la brillante idea de acudir a la última sesión con su guitarra a la espalda y, ante la impagable cara del profesor que llevaba a cabo la actividad, no dudó en reunirnos a todos en un pequeño corro para deleitarnos con un popurrí de sus grandes éxitos. Debido a la imposibilidad de los asistentes para poder salir de allí de manera honrosa, nuestro nuevo popstar particular nos calzó a los allí presentes una demostración difícilmente olvidable.


11.- Porque se lo han regalado.

Aquí puede no haber un deseo expreso anterior motivado por el placer de escuchar música… o sí. En cualquier caso un buen día te encuentras con que cualquier persona de tu entorno ha decidido regalarte un chisme del que parece ser que sale música y, claro, te ves abocado a intentar manejarlo. Una vez más, dentro de este apartado podemos encontrar dos grupos:
Por un lado tenemos a los que tienen talento y aprenden. Aquí se pueden englobar sujetos de algunos de los apartados anteriores. La diferencia principal es que, por circunstancias externas y no buscadas en primera persona, se han encontrado con un instrumento musical entre sus manos y en propiedad.
En el otro extremo están los que no tienen ningún talento. También estas personas se pueden catalogar en algunos de los anteriores apartados. Independientemente del recorrido que sigan cada uno de los protagonistas de este extremo, lo más normal es que el instrumento acabe cogiendo polvo en cualquiera de los trasteros de sus residencias o en la residencia de otras personas a las que los anteriores se lo hayan acabando regalando/vendiendo.


12.- Para meterse en un grupo.

No sabemos qué sienten los individuos que se encuentran dentro de este singular apartado por la música en sí misma, en algunos casos ni ellos mismos son capaces de responder a estas preguntas; lo que está claro es que en su caso la posesión y dominio de un instrumento musical adquiere como función principal la de vehicularles hacia el fin último de formar parte de un grupo de música. Que nadie malinterprete estas palabras, por favor. El hecho de ser parte de un grupo de música es un asunto de enjundia y categoría, no quiero ni pensar lo que sería de nosotros -pobres mortales necesitados de experimentar la pasión de escuchar música- sin la existencia de estos aquelarres de músicos prestos a compartir con nosotros su producción artística y llenarnos de felicidad. Lo que llama la atención es que a veces parece que las etapas del camino hasta llegar a este fin suelen alterar su orden natural. Lo habitual suele ser que primero descubras la música como oyente, disfrutes de ella y te parezca algo tan especial que sientas la necesidad de reproducirla con cualquier instrumento musical. Una vez alcanzado este punto, uno siente que necesita compañeros de camino para que esa música que tienes en la cabeza cobre vida en su totalidad. Esta sucesión de acontecimientos hay veces que se modifica hasta el extremo de que hay gente que ya tiene montado el grupo antes incluso de ser capaz de interpretar música con ningún artilugio habilitado para tal fin, ¿?. En fin, eso no quita para que los que escojan este curioso camino acaben siendo grandes músicos. Las curiosas disfuncionalidades del ser humano.


13.- Para emular a sus ídolos.

¿Quién no ha querido aprender a tocar la guitarra después de ver a Ritchie Blackmore en el vídeo del “California Jam” tocando como solo él sabía por aquellos entonces, imponiendo su propia ley en el escenario y quemando su instrumento con la arrogancia y carisma propios de un rockstar? ¿Quién no ha querido sentarse tras lo que fuera que tuviese forma de tambores al escuchar el pedazo de solo de batería que se marcó Carl Palmer en el directo de Asia de Moscú? ¿Quién no ha querido agarrar un micro tras escuchar cantar a Gillan la salvaje parte intermedia del “Strange kind of woman” de los setenta? Esto ha estado ahí siempre y sigue siendo prolífica fuente de innumerables inicios de carreras musicales. Estoy seguro de que detrás de cualquier persona que haya decidido en algún momento de su vida intentar aprender a tocar cualquier instrumento musical hay un ídolo o instrumentista de referencia que le ha abierto esa puerta. Y eso es algo que está muy bien, sin innovadores como Little Richard o Jim Dandy igual hoy no hubiera existido un Robert Plant o un David Lee Roth. Y si alguien niega la mayor, sencillamente no me lo creo.



14.- Para grabarse en video y colgarse de las redes sociales.

Esto ya parece una especie de plaga, uno de los muchos daños colaterales de este nuevo mundo virtual y de redes sociales que tan acertadamente trató Blaze Bayley en su primer disco en solitario tras verse obligado a dejar a Iron Maiden. El álbum se tituló “Silicon Messiah” y aborda de modo conceptual una interesante historia de ficción con la temática del mundo virtual de fondo. Salió en el año 2000 -o sea, hace ya casi veinte años- y todavía no habíamos llegado al caos surrealista en el que se está convirtiendo esto de las redes sociales. Desde aquí animo a todo el que desconozca este disco que le pegue una escucha, puesto que se trata de una obra de gran calidad y que demuestra porqué Steve Harris & Co decidieron ficharle.
El asunto este de grabarse tocando un instrumento, generalmente la guitarra, y colgarlo en el universo paralelo de la red no tengo muy claro a qué motivaciones obedece. Tiene todo el sentido del mundo cuando un grupo decide promocionarse de esta manera, incluso se agradece poder acceder a vídeo clips que en el pasado solo podías poseer a base de grabarlos de la Tv en tu aparato de vídeo. Ah!, los vídeos VHS… o Beta, eso sí que era un delicioso desastre en cuanto a calidad de imagen o sonido. Cada vez que hacías una copia la pérdida de calidad era tan irritante como segura; además, si lo visionabas muchas veces se enganchaban los cabezales y acababas perdiendo esa grabación tan preciada para siempre. Los grupos famosos editaban de vez en cuando una recopilación en cintas de vídeo a veces de calidad semejante y para todo lo demás te tocaba el apasionante e incierto mundo de las grabaciones. Otros tiempos. Hoy en día los grupos pueden publicitarse colgando vídeos por Youtube y demás plataformas digitales. También la gente que sabe tocar se graba en tutoriales que de veras ayudan a mejorar la técnica a cualquier advenedizo o realizar cualquier tipo de interpretación que nos sirve al resto de mortales. Hasta aquí, todo correcto.
Sin embargo, no acabo de ver el sentido de grabarte tocando el solo de “Crazy train” en la habitación de la casa de tus padres, la mayoría de las veces con unas calidades en cuanto al sonido y/o la interpretación que brillan por su ausencia. Lo que puede tener su punto para compartir con tus cuatro amiguetes se sale de madre por completo cuando lo pones a disposición del resto de tus semejantes del globo terráqueo. Imagino que todo esto tiene que ver con ese lado exhibicionista que parece ser tienen algunos seres humanos y que por desgracia tanto está potenciando internet. En fin, será que esto es lo que nos toca ahora.



15.- Porque lo han mamado desde que nacieron.

Aquí se encuadran todas aquellas personas que han tenido la suerte o la desgracia de nacer dentro de un entorno familiar artístico o sensibilizado con estos menesteres. Ante una situación así sabes que no te queda otra que dedicar desde tu más tierna niñez una serie de horas de tu día a día a la noble tarea de comprender el asombroso lenguaje musical. Puede ser que los agraciados lactantes se encuentren entre el grupo de escogidos que se sientan en comunión con dicho lenguaje, por lo que el camino se les estará allanando sobremanera. Por el contrario, si los caprichosos hados del destino no te han escogido para que seas capaz de tocar un instrumento musical de manera adecuada, aquello puede tomar tintes de tortura medieval. En cualquiera de los casos los más perjudicados aquí suelen ser casi siempre los que tocan el violín y los pianistas. Como alguno de los progenitores sepa tocar el piano, tenga alguna inquietud por el mismo, esté intentando superar algún trauma relacionado con dicho instrumento o sencillamente decida que es cool apuntar a la criatura a clases… el sufrido infante está jodido. Pero bueno, siempre quedará el consuelo de que si nadie hubiese decidido que un jovencito Jon Lord (D.E.P.) iniciase su formación clásica, estoy seguro de que nunca habría existido Deep Purple; al menos los Purple que muchos de nosotros admiramos.



16.- Por obligación y/o imposición.

Directamente relacionado con el apartado anterior. Suele ir acompañado este presupuesto de un poso negativo, puesto que por norma general cuando te obligan a hacer algo tan especial y tan dado a salirse de la norma como es la cuestión musical, se suele deber a que los que te obligan tienen algún tipo de trauma por su propia incapacidad y suelen descargar sus frustraciones poniendo a sus propios hijos en el disparadero. Nada debe haber peor para un niño que no quiere tener nada que ver con el peculiar mundo musical que encontrarse el primer día con unos tutores que le informen de que debe asistir a clases de tal o cuál instrumento musical. Una cosa es ofrecer al niño la posibilidad de descubrir, investigar, cacharrear… y otra bien distinta es decidir unilateralmente que debe ir a clases. Es el recorrido ideal para que la persona en cuestión acabe odiando el piano, el arpa o el corno inglés.


17.- Para hacer felices al resto de sus semejantes y hacerles experimentar la pasión de la música.

Por increíble que parezca, el hombre y toda la ristra de irritantes limitaciones que lleva como equipaje es capaz de crear determinadas cosas que, pese a que nacen de nuestros torpes y limitados sentidos, tienen el poder de trascender por encima de nuestras pobres coordenadas espacio/temporales para alcanzar categorías superiores de inmortalidad. La música es una de esas cosas. Su belleza es desbordante. Su poder es ilimitado y mágico. Un ejemplo claro de la conexión del ser humano con lo sobrenatural.
Si Steve Perry se hubiese dedicado a la mecánica o a vender zapatos en lugar de a cantar, sin duda la raza humana habría perdido a uno de esos pocos elegidos capaces de llevarte a ese mágico lugar que nunca has sabido dónde está, pero al que siempre has deseado ir.