La obra representada era "Medea" de Eurípides, revisión de Séneca. Adaptación de José Granero, con música de Manuel Sanlucar y guión de Miguel Narros, recientemente fallecido y a quién sirvió de homenaje dicha representación en la ciudad emeritense. Esta adaptación a ballet se estrenó en 1984 y a principios de este caluroso mes de Julio se representó en la primera jornada de este festival de teatro, a cargo de la Orquestra de Extremadura y del Ballet Nacional de España.
El programa constaba de dos partes, la primera corría a cargo de la Orquesta de Extremadura interpretando "Medea" de Samuel Barber. De la mano y batuta de Álvaro Albiach, los aproximadamente cincuenta músicos de la orquesta nos deleitaron con una interpretación exquisita que demostró una vez más el poder de unos músicos conjuntados. Solo me faltó algo más de intensidad en la parte final del movimiento. Por momentos me recordó a la sutilidad de List, pero adoleció de un final más poderoso; esto último culpa de la partitura, no de la orquesta, obviamente.
Tras un descanso, que nos devolvió a la realidad del calor pacense, apareció el Ballet Nacional de España que, de la mano musical de Jose Antonio Montaño nos envolvió en el drama de Medea, hechicera y mujer, muy bien interpretada por Maribel Gallardo. Toda la representacion destiló sensualidad, a veces me atrevería a decir que erotismo, a la vez que dolor. No deja de ser el típico argumento fatalista del drama amoroso griego. Hubo momentos de verdadera tensión, como los encuentros entre Medea y Jasón, o con Creonte. Lo único que no me acabó de llegar fue ese regusto a palmas y flamenquito que, desde luego, tenía esta versión.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención, fueron dos cosas. La primera y principal, claro está, fue el propio Teatro Romano. Aquello era impresionante. No tiene nada que ver visitarlo durante el día -que impresiona y mucho- que asistir a una representación por la noche, con sus columnas engalanadas y desprendiendo esa especie de aura misterioso que te hace estremecer a la vez que te resulta inposible dejar de mirar su intimidante escenario, seducido por su majestuosidad y vestido de gala con sus luces azules. Y como te pares un momento a pesar que estás en un lugar clave hace algo más de dos mil años, ni te cuento.
La segunda cosa que me cautivó fue el excepcional sonido del que pudimos disfrutar esa noche. No es nada fácil ecualizar a una orquesta microfonada, ni conseguir que suene el zapateado de los bailarines, y no te digo nada de escuchar sus palmas mientras bailan. Pues aquello sonó impecable, y ni siquiera estábamos en el lugar con mejor acústica, pero eso no fue óbice para degustar un sonido exquisito, ideal para que vayan a tocar algunos de los grupos que se os están ocurriendo en este momento (yo pienso en Jethro Tull, Blackmore's Night, Uriah Heep...).
Todo esto hace que me vuelva a plantear mis dudas cuando asisto a algún concierto musical, en el que el sonido suele ser deficiente, si pretendo ser correcto y educado, o directamente una mierda si hablo desde la sinceridad. Esto es así en un elevado número de casos. En fin.