El verano ya está aquí y con él las ansiadas vacaciones para muchos de
nosotros. Esta época también representa el momento estelar de los festivales
musicales. Estos eventos, aunque ya se llevan a cabo durante todo el año,
manifiestan todo su poder principalmente durante el periodo estival. No se me
ocurre mejor manera de ofrecerles un pequeño pero sentido homenaje que este
pequeño escrito. Surgido a raíz del artículo “Para qué va la gente a los conciertos”, realizado hace unos
veranos, este texto supone una especie de apéndice del mismo. Como en otras
ocasiones, seguro que cada uno de los lectores tendrá su propia clasificación e
incluso se podrá sentir representado en alguno de los distintos apartados. Así
mismo no conviene tomarse el asunto demasiado en serio –o sí, allá cada uno–,
de lo que se trata es de pasar un rato divertido entre tantos calores. Sin más,
pasamos a compartir esta delirante clasificación:
1.- Porque está de moda.
Es innegable que asistir a los festivales se ha convertido en un
deporte de moda. Numerosas hordas de seguidores, irredentos, curiosos, escépticos
y demás hierbas acuden fieles a la llamada. Hace apenas veinte años casi no
existían estos eventos, pero en los últimos años no tienes más que darle una patada
a una piedra y aparecerá un sinfín de
festivales con las denominaciones más atómicas que sea capaz de parir el
cerebro humano. A los emblemáticos festivales de Reading, Brujas o Donnington
de los años ochenta –recuerdo cuando se anunciaron el gigantesco Rock In Rio o el California Jam, parecía que aquello era el acabose– se les han ido
apuntando un nutrido número de eventos de estas características hasta llegar a
un grado tal de saturación que ha hecho que pierda ese mágico componente inicial
que los hacía tan especiales. Incluso en España se vivían eventos como el Mazarock o el Rocktiembre como algo único y especial, fruto del encomiable
esfuerzo de unos cuantos visionarios que invertían su tiempo, esfuerzo,
energías y dinero para llevar a cabo una especie de sueño en forma de superconcierto
especial y único. Viví en primera persona los festivales de Menorock o Machina a finales de los noventa como algo especial, una especie
de comunión rockero-veraniega en toda regla; una nueva y distinta manera de
disfrutar de las bien merecidas vacaciones veraniegas que contaba con la
presencia de un público convencido y devoto del más ferviente sentimiento hardrockero.
Ahora todo ha evolucionado, en cualquier parte del globo occidental y
época del año nos encontramos con uno o varios festivales –todos ellos de
variado pelaje y enjundia–. El público no está formado por esos deliciosos y
encantadores seguidores descerebrados, ávidos de experimentar la comunión
musical por excelencia. Actualmente los festivales están poblados por un buen
número de personas que se acercan por allí para ver qué tal, cómo es eso de los festivales. No es necesario
que los grupos que actúen sean de su agrado, muchas veces ni siquiera conocerán
a una sola banda del cartel… pero hay que ir. Esto de las modas siempre me ha
despertado sentimientos contrapuestos, en cualquiera de los ámbitos a los que
nos queramos remitir. No obstante supongo que para que los organizadores los
sigan programando es necesario que la gente asista a los mismos, por lo que no
dejará de ser beneficiosa esa asistencia.
2.- Como destino de
vacaciones.
La mayoría de los festivales se programan en verano, aunque en los
últimos años el grado de saturación del mercado ha obligado a los organizadores
a explorar esos otros meses del año en los que el sol, la playa y los
chiringuitos no son los reyes. Sea como fuere el verano sigue siendo la época
por excelencia, de los festivales y de las vacaciones, por lo que no se me
ocurre mejor manera de invertir una parte de esos días de asueto que asistir a
un evento musical que consiga reunir a algunos de los grupos que tanto nos
gustan. Debo decir que desde los tiernos finales de los ochenta forman parte de
mi rutina veraniega anual, aunque reconozco que en ese sentido siempre me
consideré un poco outsider y jamás
pude sospechar que esto acabaría siendo tendencia; hasta las agencias de viajes
lo contemplan en su constante carrera para lograr vaciar nuestros bolsillos.
Hace poco incluso en los medios de comunicación se pueden ver noticias sobre
esta “nueva” forma de turismo. Para volverse loco.
3.- Para viajar.
Una de las excusas ideales para marcarse un viajecito a cualquier lugar paradisiaco –o no
tan idílico– al que jamás se te pasaría por la cabeza ir de otro modo. Está muy
ligado al segundo apartado y es un hecho que se ha convertido en toda una
realidad en los últimos años; de hecho muchas agencias organizan paquetes de
viajes para desplazarse hasta alguno de estos eventos, como si de cualquier
final de fútbol se tratase. Conozco un importante número de personas que, si
no fuera por su asistencia a festivales, no hubiesen hecho tanto turismo en su
vida; gente que está dispuesta a enrolarse en la odisea que la mayoría de las
veces supone asistir a este tipo de conciertos y que puede desplazarse a los
rincones más recónditos para poder presenciar a su grupo preferido actuando en
directo.
También es cierto que el que opte por este estilo de viaje
generalmente disfrutará de parajes naturales. Normalmente los enclaves
escogidos suelen estar en lugares deliciosamente apartados en medio de la nada, con
todas las ventajas e inconvenientes que ello reporta. Recuerdo con cariño y
desazón a partes iguales el maravilloso e imposible paraje al que tuvimos que
desplazarnos los sufridos seguidores que decidimos asistir al famoso festival Doctor Music de hace un montón de años
que se celebró en el Pirineo
catalán. Nos fuimos hasta la zona de Escalarre del Pirineo leridano con
nuestros sufridos vehículos, alejándonos de cualquier atisbo de civilización
humana mientras disfrutábamos de la naturaleza en su estado más puro… demasiado
puro. El otrora paraje perfecto para
cualquier grupo de montañeros mochileros se convirtió en el lugar ¿perfecto?
para disfrutar de un fin de semana de Rock
n Roll. Imposible olvidar al bueno de Ian
Gillan salir a escena rodeado de campo, vacas y cagadas de las mismas con
una botella de whisky en mano y
dispuesto a hermanarse con la Madre
Naturaleza como solo él sabe. Desde el mismo instante que lo presencié se
grabó a fuego en mi memoria. Afortunadamente, hoy en día los festivales ya cohabitan
perfectamente en suelo urbano y el sufrido seguidor puede acercarse a la
civilización durante el transcurso del evento para comerse un bocadillo o
tomarse una cerveza.
Doctor Music. Escalarre.
Jon Lord. D.E.P. - Ian Gillan.
4.- Como algo que tienes que
hacer cuando eres joven.
Una especie de experiencia de juventud por la que debes pasar. Aquí el
interés musical puede ser principal o secundario; es cierto que hay chavales
que, tras mucho insistir a sus progenitores, consiguen su sueño de asistir por
vez primera a un evento de estas características en el que se reúnen algunos de
sus artistas preferidos y también los hay que consiguen la aprobación paterna
aunque sus intereses musicales no superen a sus deseos de vivir la experiencia
que tantas veces han escuchado en boca de sus hermanos mayores. Una especie de
bautismo de fuego que todo seguidor musical debería experimentar. Los
festivales musicales constituyen en sí mismos una especie de gymkana compuesta
de toda una suerte de obstáculos que debes conocer y sortear hasta conseguir tu
graduado superior correspondiente. Todos aquellos jóvenes ávidos de
experiencias musicales y extra musicales que asisten por primera vez a un
evento de estas características se van comiendo toda una serie de marrones a
cuál más incómodo e inesperado. De todos modos no deja de ser entrañable pagar
la novatada y recordarla con los amigos cuando la adorada y añorada juventud
nos va abandonando. Un agobio delicioso a fin de cuentas.
5.- Por trabajo.
Aquí podemos incluir a toda esa gente que cada festival necesita desde
el punto de vista logístico: camareros, servicios, mantenimiento, montaje,
sonido, prensa… la lista puede ser interminable. Este apartado se puede a su
vez dividir en dos apéndices completamente opuestos. Por un lado contamos con
las personas a las que les gusta el festival en sí o algunos de los grupos que
actúan. Esta gente se encuentra con que pasan gratis aunque para currar, lo que
no acabo de saber si es bueno o malo. Si no puedes afrontar el importe de la
entrada puedes estar presente mientras realizas tu trabajo dentro del evento,
aunque no disfrutes al cien por cien debido a esa propia ocupación que debes
realizar. El problema viene si quieres asistir como público pero debes ir a
trabajar; supongo que cada uno decidirá si el asunto es positivo o negativo. En
el otro extremo nos encontramos con los que van a trabajar al festival sin
gustarle nada lo que allí se ofrece, nos podemos encontrar desde a gente que
desconoce o no le interesa la música del evento hasta quien directamente la
detesta. El abanico de situaciones que se pueden producir no deja de ser
cachondo. Imagínate pidiendo bebida en la barra y que te atienda un camarero
agobiado seguidor de la música new age que además te haga saber que
no le gusta nada lo que suena en el festival de turno. Esto solo puede ser
superado cuando vayas a pedir la décima consumición y te atienda un camarero
estreñido y seguidor de la música de cantautor; un plus extra para asistir a
dicho evento. Esto nunca le pasará al presentador del Karaoke Metal, siempre dispuesto a divertir al personal y
divertirse.
6.- Porque te invitan.
Hay un reducido grupo de privilegiados que no tienen que preocuparse
por adquirir la entrada para asistir a estos festivales puesto que son
invitados por la organización o los promotores. Este apartado se diferencia del
anterior en que el objetivo principal de esta gente es el de asistir y
disfrutar del evento, no acceden para desempeñar otro trabajo. Bueno, en el
caso de la prensa acreditada lo suyo es realizar un reportaje alusivo a lo que
allí aconteció, lo que pasa es que se puede decir que tu trabajo consiste en
ver cómo se desarrolla el festival y las actuaciones de los diversos artistas que
forman parte del cartel. Muchas veces el reportaje merece la pena y cualquier
ávido lector que no asistió al evento o sí lo hizo puede disfrutar viendo las
fotos o leyendo las reflexiones y comentarios del escriba de turno.
Desgraciadamente hay otras veces en las que lo que se redacta poco o nada tiene
que ver con la realidad. Se establece una especie de cutre-red de clientelismo
barato en la que se enaltece o desmerece el festival según te haya tratado la
organización.
No hay mucho que comentar sobre la gente que accede invitada a estos
eventos por cortesía de la organización y que no son periodistas, si tu eres el
dueño u organizador de algo lo suyo es que permitas la entrada a quién se te
ponga en la punta del alma. Muchas veces es adecuado y correcto tener algún
tipo de deferencia hacia personas afines o representantes de negocios paralelos
que acaban beneficiando el funcionamiento del propio festival y de sus
posteriores ediciones. Lo cachondo del asunto es que se puede dar la
circunstancia de que el susodicho evento no te interese lo más mínimo, pero
asistas por cortesía hacia la persona o entidad que te ha invitado; esto tiene
su punto: gente fuera deseando entrar que no consiguió entrada y gente dentro
que está invitada pero que sería más feliz en cualquier otro sitio.
7.- Por los amigos.
Cómo no, imposible le resulta a este apartado faltar a la cita
veraniega de este escrito. Que te avise un amigo suele ser uno de los
principales motivos de asistencia a estos eventos… y a casi cualquier otra
forma de entretenimiento. Animo a cualquiera que asista a un festival musical y
que tenga algo de tiempo que perder mientras sobrevive entre las actuaciones de
los grupos a que se acerque a cualquier grupo de amigos que vea y les pregunte
cuántos vienen por el cartel y cuántos porque le avisaron los demás amigos. Uno
de los más nobles motivos que puede encontrar una persona en la vida para hacer
las cosas.
8.- Porque lo organizan
amigos o personas afines.
Variante del apartado anterior. Según el nivel de amistad podrás
encontrarte dentro del séptimo apartado o tendrás que abonar tu ticket
correspondiente para acceder al recinto. Lo que no cambia es que deberás ser
muy cuidadoso con las palabras que emplees a la hora de hablar del evento,
salvo la amistad sincera que no se rompe con nada te puedes encontrar en
situaciones incómodas en función de tu evaluación a posteriori del festival de
turno.
9.- Para ir de fiesta.
Poco importan los grupos que compongan el cartel, el emplazamiento,
las instalaciones o el resto de aspectos logísticos, aquí la motivación
principal es la de pasar un fin de semana bañado en ambiente festivo. Resulta
curioso que haya un número importante de gente que puedes conocer en cualquiera
de estos eventos y que te cuenten que no sienten nada especial por ninguno de
los grupos del cartel, incluso te pueden confesar que no conocen a la mayoría
de los artistas que actúan… o que ni siquiera les gusta el tipo de música que
abandera el festival; estas menudencias son secundarias, unos amigos avisaron
para comprar las entradas y se enrolaron a la aventura. No dejan de componer el
tipo de público ideal para los organizadores: no se van a quejar del orden de
actuación, del sonido o de los horarios; como mucho pondrán el grito en el
cielo si se acaba la cerveza o la carpa del pincha en mitad de la madrugada… y
no faltarán nunca al Karaoke Metal. Definitivamente
entrañable y necesaria su presencia en estos festivales.
Gente en el agua entre actuaciones. Portada revista HEAVYROCK.
10.- Como acompañamiento.
A este apartado pertenecen todas aquellas personas que se encuentran
dentro de la peculiar lotería de asistir como acompañamiento. Para ellos el
hecho de que les pueda atraer o no el cartel del festival es absolutamente
secundario, la motivación principal para decidir su asistencia se debe a que
encajan perfectamente como adláteres de aquellos otros que desean vivir la
experiencia del evento musical. Amigos, compañeros sentimentales y familiares
suelen ser los colectivos de los que se nutre este apartado tan particular. Ni
que decir tiene que a la cabeza se encuentran las sufridas parejas de los asistentes.
Impagable es el momento en el que el amor de tu vida te informa de que tienes
que acompañarle a no sé qué festival
de música –sí, esa misma música que detestas– para disfrutar y vivir una
experiencia inolvidable; ya lo creo que para el acompañante será inolvidable,
desde luego. No te queda otra que asentir y demostrar una vez más que el amor
mueve montañas mientras paseas tu total autoindulgencia por el hecho de verte
abocado a sufrir dicha experiencia. Para estas personas el festival ideal viene
a ser el Wacken Open Air: miles de heavys salvajes cuál vikingos
directamente venidos del averno del metal para que te acabes de volver loco.
Menos extremo sería el caso de ese hermano mayor con el que tus padres te dejan
ir, generalmente tu propio hermano ha sido el que te ha ayudado a descubrir esa
música que ya quedará grabada para siempre en tu ADN y ambos estaréis
preparados para disfrutar por igual la experiencia.
11.- A sobrevivir.
Una cosa tiene en común toda la variopinta fauna que se congrega en
los festivales musicales: todos están abocados a luchar por su supervivencia.
El que no haya asistido nunca a un evento de estas características y tenga en
mente la idílica idea de ir a disfrutar, descansar y pasar el rato mientras
escucha a sus artistas preferidos, que se la quite de la cabeza de inmediato.
Asistir a un festival es una experiencia única y gratificante, pero no deja de
ser una especie de competición repleta de pruebas de supervivencia a cuál más
dura y compleja.
Estos festivales están concebidos para albergar al mayor número de
personas posibles, con todos los problemas logísticos que ello conlleva. Es de
agradecer que la mayoría de las veces no tengas que preocuparte de adquirir la
entrada con mucha anticipación –excepto si decides asistir al Wacken, que agota localidades a las dos
semanas de finalizar la edición del año anterior; con dos cojones–, el problema
reside en todo lo demás. Hay eventos que pueden reunir de entre quince mil a
trescientas mil personas… durante tres días… todas juntas en un mismo espacio;
tela. Como os podéis imaginar todo son problemas. Desde que llegas al recinto
tras aguantar horas de atasco –hay que recordar que estos eventos
multitudinarios se suelen realizar en el
culo del mundo, por lo que las carreteras de acceso son escasas– te
encuentras cara a cara con la dura realidad que desmonta de inmediato ese
idílico sueño de una noche de verano.
Llegas a la taquilla y te toca esperar, durante horas incluso, a que te revisen
la entrada y te pongan una pulsera de mierda que te va a agobiar durante el
resto del fin de semana. Como decidas comer o beber algo para soportar el calor
estival que suele arreciar con fuerza en muchos de estos grandes espectáculos
te encontrarás de pronto disfrutando de formar parte de una muchedumbre
dispuesta en rigurosa fila esperando desesperadamente a que te den… un ticket
que puedes canjear por los enseres alimenticios que hayas escogido…tras esperar
en otra cola. Divertidísimo. Otra excursión entretenida puede ser la que, en el
caso de que hayas abusado de la ingesta de cerveza u otras bebidas
espirituosas, te veas obligado a realizar para evacuar los restos del sistema
de filtración de tu organismo; por no comentar el estado en el que seguro
encontrarás los habitáculos destinados a tal efecto. No nos olvidamos de todo
aquel avezado asistente a festivales, sin miedo a nada ni nadie e inasequible
al desaliento, que decide pernoctar en la zona de camping del evento visitado.
No sé si es suerte o lo que sea, pero la mayoría de festivales que he visitado
–y los que me quedan– consiguen redefinir el concepto de “zona de camping para
dormir”. El césped brilla por su ausencia en esos auténticos patatales llenos
de arena, polvo y sin una puta sombra en la que resguardarte cuando sale el
sol –que normalmente suele ser cinco minutos antes de que te metas en la
cutre-tienda de campaña con todas las comodidades que todos los que hemos
disfrutado de su estancia en algún momento de nuestras vidas sabemos que
tiene–; y para completar el estupendo lote nuestro sufrido campista dispone de
unas agradables duchas comunes que suelen estar al aire libre en el mismo
patatal. En fin. Nada de esto importa cuando nuestro músico favorito desgrana
las primeras notas de esa canción que hace nuestra vida tan especial. Así somos
los seres humanos. Gracias a Dios mis amigos y yo hemos sido desde jóvenes algo
sibaritas con esto del pernocte y en cuanto hubo algo de dinero en nuestros
bolsillos, que nunca se parecieron a los de nuestros queridos políticos, lo
destinamos sin ningún tipo de remordimiento a buscar alojamiento en las posadas
más próximas al festival escogido. Para otra entrada se podría dejar un pequeño
comentario de los tugurios en los que acabamos encontrando un colchón para dejar
descansar a nuestros sufridos huesos dentro de esta fascinante aventura que
supone la asistencia a un festival
musical veraniego.
12.- Para quejarse.
Por supuesto, este apartado debe estar presente en un tinglado de
estas características. Seguro que todos conocemos o tenemos entre nuestro
entorno a ese sujeto que parece haber
nacido con el don de criticarlo todo. En cualquier ámbito de su azaroso
día a día encontrará algo que podría funcionar mejor, que no se sujeta a norma,
que está mal enfocado, que está mal aprovechado, que es erróneo… y un sinfín de pegas más. Si nos referimos al
submundo de los festivales musicales la cosa no varía demasiado. Poco importa
que nos topemos con el evento mejor organizado del mundo, el mejor sonido, la
mejor distribución y actuaciones de los grupos o la mejor logística –este sería
el festival ideal, que todavía no he tenido ocasión de degustar pero que anhelo
con ahínco-; nuestro hombre permanecerá ahí, impasible ante el dolor, dispuesto
a buscarle la pega a todo. Hay que reconocer que criticar un festival
constituye un ejercicio sencillo, es muy difícil gestionar un evento de estas
características sin que los asistentes nos sintamos como cabezas de ganado,
cebados y alienados como sardinas en lata, mientras somos conducidos hacia el
matadero. Lo que ocurre es que muchas veces se generaliza con todo. Puede ser
que la zona de descanso sea una mierda, que suele serlo, pero el sonido de los
grupos sea adecuado; también puede ocurrir que la lista de espera para adquirir
tickets esté mal gestionada, pero te sirvan adecuadamente la comida o bebida. Para
estas personas siempre habrá aglomeración en la entrada, algún grupo salió
fuera de hora, el sonido jamás será bueno y qué calor hace. Cuando me topo con
este tipo de individuos me suelen venir a la cabeza algunas preguntas: ¿qué
elementos de juicio tienes para sentirse en la posición e criticarlo todo?,
¿cómo los has conseguido? y, sobre todo, ¿qué haces en un sitio tan detestable
como este?
13.- Para ver a un único
grupo.
No podía faltar. No es una especie común, pero abunda más de lo que
nos podamos imaginar a simple vista. Da lo mismo que la entrada cueste un pastizal, que no haya tickets por días
separados, que haya que desplazarse hasta el mismísimo infierno para asistir al
evento, que tengas que hacer auténticos malabarismos en concepto de viajes y
días de vacaciones para llegar a ese infierno o que tengas que sufrir todas las
penurias y calamidades físicas propias del festival. Nada parará a estos fieles
seguidores que no dudarán en arriesgar su vida para estar ahí cuando se suba al escenario ese grupo que para ellos es
especial. Esta gente pertenece a una subgénero especial de la especie humana,
imposible de comprender para el resto de sus semejantes. La de veces que,
desgraciada o afortunadamente, me he visto abocado a formar parte de este tipo
de personal tan sui generis cuando
determinados grupos de mi lista personal se han decidido de una puñetera vez a
actuar en directo.
14.- Para ver a todos los
grupos.
En el extremo completamente opuesto al apartado anterior nos
encontramos al individuo que asiste al festival con la intención de presenciar
TODAS las actuaciones del festival y, si no todas, al menos la mayoría de
ellas. Generalmente suele asistir solo, o en compañía de semejantes pero solitario
en su espíritu; normal, el resto de la humanidad es incapaz de comprender o
asumir los principios vitales que le guían en la imposible cruzada de ver todos
los conciertos del evento de turno. Lo curioso del asunto es que la mayoría de
los grandes festivales están ideados para que al público le resulte imposible
presenciar todas las actuaciones. Muchos de estos festivales disponen de dos o
tres escenarios que programan conciertos de manera prácticamente simultánea,
por lo que le resultará imposible a nuestro sufrido kamikaze afrontar la
totalidad de las actuaciones por las que ha pagado una entrada. Reconozco que
siempre me ha hecho gracia –no es justo, pero es cierto; qué le voy a hacer–
cuando he leído algún reportaje en la prensa especializada y el periodista
encargado de cubrir el festival de turno comienza a relatar que se marchó
corriendo antes de que acabase el concierto del grupo tal para presenciar el
final de la actuación del grupo cuál, que a su vez coincidía con el horario de
inicio de otro artista que le encanta pero que tenía que decidir… suma y sigue;
vaya tensión, no quiero ni imaginar lo que debe ser asistir a un concierto con
el ojo puesto en el reloj, nervioso por abandonar la actuación para irte
corriendo a otra que ya ha comenzado. Para algunos de nosotros un concierto en
directo es casi como una experiencia mística, flota en tu cabeza días, semanas
o incluso meses antes de que se celebre, preparas tu mente y tu cuerpo para ese
momento único y especial, concibes la actuación dentro de un todo en uno que incluye además el pre
concierto y el post concierto, muchas veces los sentimientos son tan fuertes y
profundos que necesitas un tiempo para asimilar todo lo que has vivido y, en
definitiva, representa un cúmulo de sensaciones tan especial que difícilmente
lo puedes despachar llegando al show comenzado y largándote antes de que se
termine. Volvemos otra vez a la idea de la música como un gigantesco
dispensario de comida basura rápida, de usar y tirar. Universos distintos.
En realidad, aunque me parece tan insano como imposible meterse un
atracón de actuaciones en vivo durante tres días, lo cierto es que los
personajes de este apartado tienen su punto de razón. Es lícito que si ofreces
un ticket por ver las actuaciones de un número de grupos, lo suyo es que al
menos le des la oportunidad de poder visionarlas a todo el que compre la
entrada.
15.- Siempre al mismo
festival.
Otra especie especial. Por muy variada que sea la oferta en el
pantanoso mundillo de los eventos musicales siempre nos vamos a encontrar a
tipos fieles a un determinado festival o concepto. Poco importa que,
afortunadamente, haya infinidad de grupos de todos los pelajes musicales que
naveguen por el océano de ofertas festivaleras y colmen de placer a los
paladares más exquisitos. Nos vamos a encontrar a determinados sujetos que
parecen poseer un abono de por vida para asistir a tal o cuál festival.
Podremos tener con ellos una entretenidísima charla sobre música, grupos,
conciertos y demás, pero al final nada ni nadie conseguirá moverles ni un solo
milímetro de su decisión de seguir asistiendo siempre al mismo festival que tan
felices les hace. De hecho compran las entradas de la siguiente edición justo
cuando acaba la anterior. Por supuesto, a la cabeza de esta distinguida especie
se encuentran algunos de los asistentes al Wacken
Open Air; aquello es definitivamente otro mundo.
16.- Solo a festivales de
grupos españoles.
Idéntico al apartado anterior pero referido al universal idioma de
Cervantes. Si consigues toparte con alguno de estos entrañables tipos seguro
que pasarás un rato divertido y único. Mira que la oferta es amplia y variada,
muchas veces se celebran festivales que traen a tu país por primera y
posiblemente única vez a esos grupos más grandes que la vida. Nada, si no
cantan en español no merece la pena ir a verlos. Consideraciones superiores que
se escapan a mi pobre intelecto. Seguro que muchos de ellos deciden dejar de
asistir al Festival Leyendas del Rock
–aprovecho para felicitar otra vez a la organización de este maravilloso evento
que ya se ha consolidado como referente en cuanto a festivales de Rock duro en España– porque traen a
grupos extranjeros. En fin.
17.- Por curiosidad.
Muy relacionado con los apartados primero y quinto. Esa inquietud tan
sustancialmente ligada a nuestra naturaleza que hace que el ser humano llegue a
realizar cosas verdaderamente imprevisibles. Aquí la música puede jugar un
papel tanto principal como secundario, lo realmente motivador es el hecho de
descubrir lo que hay detrás de la puerta de acceso. Supongo que la juventud
constituye la perfecta espoleta que nos puede llevar a tomar la decisión de
asistir a un festival, a ver qué tal.
No tengo muy claro si la curiosidad es una virtud o un defecto. Supongo que es
algo bueno cuando te incita a conocer, a profundizar o a documentarte sobre
algo que te llama la atención; en este caso la música, por lo que va a ser bien
recibida. En el caso de que no sea más que cotilleo, de ese destructivo y
parasitario, solo alcanza la categoría de detestable. Si lo que mueve a asistir
a un festival es una mezcla de esa primera curiosidad juvenil e inocente, lo
único que podemos es darte la bienvenida a este maravilloso y peculiar circo
vital que constituye el Rock n’ Roll.
18.- Por el festival en sí.
Apartado ligado a los apéndices catorce y quince. Aquí lo importante
no parece que sean los grupos que actúen, por increíble que parezca esta
cuestión ha pasado a ser secundaria a la vez que ha conseguido trascender la
idiosincrasia del propio festival como protagonista en sí mismo. Supongo que es
mérito de los organizadores, que han conseguido fidelizar una marca por encima
incluso de los principales protagonistas del tinglado: la música y los músicos.
Cada vez hay más gente que no te dice que va a ir a ver a determinado grupo,
sino que han cogido unos días de vacaciones para asistir a un determinado
festival de música; aquí se entronca con los apartados segundo, tercero y
cuarto. Tenemos vivos ejemplos de esto en festivales como los antes reseñados, el
Viña Rock, el sospechoso Benicassim o el detestable Primavera Sound; bueno, afortunadamente
este último no creo que haya conseguido este estatus, a ver si con más horas de
publicidad en todos los telediarios nacionales lo acaba consiguiendo.
19.- El que jamás asistirá a
un festival.
Por supuesto. No debemos olvidarnos de este individuo que odia los
festivales con todo su corazón. No cabe duda de que algo le debe interesar la
música, seguro que conserva algún cassette
de Maiden si tiene más de cuarenta
años o tiene gigas y gigas repletos de discografías comprimidas de grupos que
jamás va a escuchar, pero lo que no tiene previsto en su lista de cosas por
hacer en la vida es acercarse a uno de estos eventos. Incluso los seguidores
más sibaritas que odian todas las incomodidades que conlleva asistir a un
festival son capaces de comprar la entrada para uno de ellos en el caso de que
actúe uno de sus grupos preferidos. Se limitan a entrar en el recinto media
hora antes de que comience la actuación que desean ver, se toman un par de
bebidas, presencian el concierto de su grupo y se marchan en cuanto aquello
acaba sin ni siquiera mirar atrás. Cada vez me siento más en comunión con estos
visionarios.
Sin embargo los que se encuadran en este apartado no hacen excepciones,
no van a festivales y ya está. Imagino que muchos de ellos podrían llegar a pertenecer en potencia al apartado doce,
aunque ni siquiera lo encuentran necesario. De todos modos puede ser que muy en
el fondo su paso por el fascinante mundo de la música sea tan circunstancial y
tan insustancial que ni se merezcan nuestros desvelos.
20.- Al Karaoke Metal.
Claro que sí. Mira que llevo años asistiendo a festivales musicales
–todavía se pagaba en pesetas y un Dyc cola costaba el equivalente a
poco más de un euro con algo, otros tiempos– y pensaba que ya lo había visto
todo… teniendo en cuenta que en un festival veraniego de tres días sumido en el
más absoluto descontrol puedes ver realmente cosas difíciles de imaginar; pero
no, la mente humana consigue seguir dando esa nueva vuelta de tuerca que te
desarma. Si se piensa fríamente, esto del Metal
Karaoke era algo que tenía que
suceder tarde o temprano. Los karaokes nacieron destinados a suplir en el
personal de a pie esos deseos de protagonismo propios de los grandes vocalistas
–sí, eso del ego o el síndrome LSD
con el que algún cachondo bautizó todo este asunto–. El componente perfecto a
una velada de fiesta y alcohol, cuando uno se desinhibe y sale todo su fondo de
armario, es un micrófono; no hay duda alguna. Seguro que todos tenemos alguna
anécdota cachonda que contar a este respecto, tanto en primera como en tercera
persona. Para los heavies no iba a ser distinto. El sufrido seguidor rockero
también necesitaba su minuto de gloria y esto se lo empezó a ofrecer algún
visionario metido en el comité organizativo de algún evento musical. Esta
cuidada manifestación no deja de dar respuesta a todos esos seguidores de su
música que cada fin de semana ejecutan con honor, en un acto de redención y
pleitesía, los bailes con la guitarra imaginaria que todos guardamos en alguno
de nuestros bolsillos. Ideal para una tesis sociológica.
La primera vez que me topé con esto del Karaoke Metal fue en un Rock
Fest en Barcelona hace un par de años. Aquello fue un choque brutal. Me
encontraba cómodamente metido en la piel de aquel sibarita del apartado
anterior, ese que accede al festival un rato antes de que actúe el grupo que
quiere ver, mientras daba un paseo entre la desquiciada selva del evento con
una cerveza en mi mano… y ocurrió. Nos metimos en una especie de carpa
especialmente habilitada que estaba llena de gente; un escenario pequeño para
grupos que empiezan, pensé. Pero no. Nos hicimos paso entre el entregado público
allí congregado, sorteando sus altas dosis de fanatismo, hasta que conseguimos
darnos cuenta de que aquello era… un karaoke. Pero no se trataba de un karaoke
cualquiera. Disponía de un pequeño pero apañado escenario habilitado para la
acción. Sobre esta tarima encontrábamos a una maestra de ceremonias directamente
salida del Averno del Metal que se
encargaba de subir la adrenalina del respetable con su verbo fluido y contumaz.
A su lado se parapetaba una suerte de Dj rockero, presto a pinchar la versión
instrumental del tema que fuese necesario. Todo el que quisiera subirse a ese
entramado diabólico no tenía más que apuntarse en una cutre lista y ya estaba.
En cuanto llegaba el turno nuestros queridos siervos del metal se subían al proscenio, unas breves
presentaciones, unas cuantas arengas de la presentadora dominatrix y a cantar. Cada uno de los escogidos sacaba a relucir
con inusitado vigor y encomiable entrega todo el metal que llevaba dentro de su ser mientras el público se vaciaba
acompañando voz en grito y puño en alto a nuestro protagonista en una especie
de catarsis colectiva más allá de la comprensión científica. No hay palabras
que describan aquello. Para vivirlo.
No sé qué será lo próximo que me sorprenda dentro del incomprensible y
fascinante mundo de los festivales de música, pero una cosa está clara: el Karaoke Metal ha colocado el listón muy
alto.