Vuelve a llegar el verano y, sentado frente a las letras con la
inseparable compañía de la música del Sinatra del siglo XXI y de un buen
vaso de delicioso sake, es el momento ideal para recuperar otra de esas
clasificaciones tan deliciosas como absurdas que en el fondo no tiene más
intención que la de reconocer de nuevo la importancia de la música y de sus
propios creadores/intérpretes entre nosotros. Seguro que cada uno que lo piense
durante un momento tiene su particular clasificación y seguro que para nada
coincide con la que viene a continuación. Y eso es perfecto, todas son igual de
válidas. Siempre bajo un prisma en esencia inofensivo y sin más pretensiones
que las de dibujar una pequeña sonrisilla en el semblante del sufrido lector,
nos abandonamos al dislate de intentar dibujar una tipología de personas que en
algún momento de sus vidas deciden acercarse al insondable mundo del
instrumento musical. Desde los que lo dominan casi de inmediato hasta los que
no lo conseguirán jamás, hemos pergeñado una clasificación de distintos
perfiles tan subjetiva como irreverente. Consecuencia directa de la que
elaboramos al inicio del pasado verano y que cualquiera que tenga algo de
tiempo que perder y mucha paciencia para leer puede degustar dentro del
imposible ciclo que sin querer casi hemos venido llevando a cabo prácticamente
desde que este sitio se creó y al que se puede acceder pinchando en la palabra
protagonista de todo: Música.
1.- Para aprender a tocarlo.
Obvio. No podía comenzar esta reflexión con un punto de partida
diferente. Cuando alguien decide abrir esa puerta, de un modo u otro, no suele
haber marcha atrás; la música te ha enganchado. Otra cosa bien distinta es que
uno acabe logrando dominar dicho instrumento. La capacidad para ser capaz de
hablar el lenguaje musical usando alguna de sus herramientas no es cuestión
baladí y, una vez te aventuras en esa aventura, los resultados pueden ser
diversos. Hay gente que acaba tocándolo, gente a la que le fluye de manera
insultantemente innata, otros a los que les cuesta más o menos y otro
porcentaje que no lo logrará jamás. En fin, el caso es intentarlo.
Antiguamente el asunto de aprender a tocar un instrumento era algo que
se te inculcaba desde la familia, aparecía grabado a fuego en tu ser desde una
edad temprana, o venía a ser una mezcla de las dos cuestiones anteriores. El
nivel económico tenía bastante que ver para poder lanzarse a esta aventura… y
si querías ser batería ni te cuento. Muy pocos podían permitirse pagar clases
y, al menos dentro del entorno del Rock, muchas veces también se contaba
con la firme oposición de los progenitores de turno, asustados de que sus
tiernos infantes se quisieran convertir en unos quinquis melenudos sin
ningún porvenir. De este modo y sin proponérselo, nuestros padres conseguían ir
forjando nuestro carácter, nuestra cabezonería y la capacidad de aprender de
oído para aquellos agraciados que estaban destinados a lograr el ansiado
objetivo. Aquel lejano recuerdo de llegar a joder los cabezales del reproductor
VHS dando adelante y atrás para poder pillar las notas y acordes que
interpretaban tus ídolos en las grabaciones de directo. En fin, aquellos
maravillosos años.
En la actualidad todo ha cambiado a un ritmo vertiginoso. Se puede
acceder más fácilmente al preciado instrumento musical, hay infinidad de
posibilidades para recibir clases e incluso internet está trufado de tutoriales
para aprender las cuestiones más insospechadas. Hoy en día hay más grupos que
nunca y los locales están repletos de músicos que trabajan en su pasión
esperando su oportunidad. Sin embargo, es muchísimo más complicado acceder al
éxito y al reconocimiento. La sobresaturación de grupos, el vacío que ha
dejado la todopoderosa industria de las casas de discos y, sobre todo, la nueva
cultura del todo gratis, todo sin esfuerzo, todo con prisa y no valoro nada a
la que nos hemos visto abocados pueden ser algunos de los factores que nos
impidan descubrir a los nuevos Judas Priest o a los nuevos Guns n’
Roses. De cualquier modo, cada vez que un chaval decide entonar una
canción, agarrar un mástil con cuerdas o aporrear un par de cajas con unos
palos, la semilla se vuelve a sembrar y la esperanza continúa intacta.
2.- Para no tocarlo jamás.
Otra realidad tan sorprendente como incontestable. Por increíble que
parezca, hay gente que se lanza a la aventura de comprar un instrumento musical
para que acabe cogiendo polvo en el rincón más insospechado de su casa. Seguro
que muchos conocemos a alguien así... o nosotros mismos formamos parte de este
grupo.
Las motivaciones que llevan a adquirir un instrumento siempre son
nobles y sinceras. Por norma general se trata de sujetos que aman la música en
todas o en algunas de sus manifestaciones; lo que ocurre es que al final les
pueden las adversidades inherentes al propio lenguaje musical, caprichoso en
esencia y destinado a un grupo de elegidos más o menos numeroso.
Conviven aquí dos tipologías distintas, por un lado tenemos a los que
realmente desean aprender a tocar música y por otro están los que se sienten
atraídos en esencia por toda la imaginería ligada a la cuestión musical. Para
los primeros la pasión y el deseo están ahí desde el inicio, pero no han sido
escogidos por los dioses y acaban tirando la toalla a la primera o en cuanto no
salen del riff inicial de “Smoke on the water”; poco tiempo
después el otrora preciado bien pasa a formar parte de esas cosas de las que
nunca te desprendes, pero que ya no vas a volver a utilizar en tu vida. Seguro
que estas personas llegaron a conseguir afinar el instrumento alguna vez, pero
hasta ahí llegó el asunto. El segundo tipo de individuos ni siquiera llegarán
tan lejos. Alguien de su entorno les convenció un día para comprar una ganga,
que generalmente suele ser una guitarra, y se lanzaron al asunto presos del
destello de las luces de neón. Por desgracia, una vez pasada la adrenalina
inicial de dichos destellos, se encontraron con una empresa que ni podían ni
realmente querían llevar a cabo. En este caso puede que ni siquiera llegasen a
intentar la afinación.
La consecuencia lógica de estos avatares lleva a muchas de las
personas del primer subgrupo y a prácticamente la totalidad del segundo al
irremediable final: volver a venderlo. Lo que nos da pie a otro tipo de perfil
que abordaremos a continuación.
3.- Los que no consiguen aprender, por mucho que lo intenten.
Aquí nos encontramos a gente que tiene bastante que ver con los del
apartado de comprar un instrumento musical para no tocarlo jamás, pero con la
diferencia de que ellos sí que lo adquirieron con la clara idea de dominar su
lenguaje. Incluso algunos de ellos consiguieron salir de este apartado para
convertirse en músicos o al menos en personas capaz de tocar música; como decía
una amiga con la que estudié y que tocaba el acordeón: “Hay gente con nula
capacidad para la música que, con mucho esfuerzo y más clases, consiguen medio
tocar algo con decencia”. En fin, toda mi solidaridad y completo apoyo para ese
grupo que está dispuesto a rebatir el caprichoso dedo divino y luchan contra
todos los elementos para alcanzar el preciado fin, aunque no sea ese su
destino. La vida está hecha para los valientes que luchan por sus convicciones,
esa gente inasequible al desaliento que tiene grabado a fuego en su corazón el
objetivo por el que luchan. Para todos los demás de este grupo, la realidad
acaba haciéndoles ver que su misión en la vida no es tocar música, aunque
seguro que en otros campos lo borden. No hay que olvidar que todo ser humano
tiene un talento, por extraño que sea y recóndito se esconda, solo hay que
descubrirlo y potenciarlo.
Ah!, se me olvidaba. Algunos de estos que no consiguen aprender a
tocar, se frustran y no asimilan bien su realidad. No es seguro ni demostrable
empíricamente, pero a veces uno piensa que se acaban convirtiendo en críticos
musicales; de esos que solo saben ver paja en ojo ajeno y practican el
deleznable oficio del periodismo agresivo, chabacano y sensacionalista que
parece que desgraciadamente vende. Pero solo es una suposición.
4.- Porque ya sabe tocarlo.
Gente con un don que ha aprendido a tocar en cuanto ha caído en sus
manos algún instrumento musical. En su caso el hecho de adquirir un instrumento
musical es solo un mero trámite dentro de su recorrido vital para compartir su
arte con el resto de la humanidad y hacernos un poquito más felices con su
particular manera de ver la vida. Un número importante de los incluidos en este
grupo pertenecen a la categoría que solemos denominar como genios.
5.- Porque eres un genio.
Los que están llamados a ello, tienen grabado en su destino que
acabarán haciendo mejor a la humanidad gracias a su talento sobrenatural. Estos
sujetos pertenecen al minoritario número de personas poseedoras de algo único y
especial, poco abundante, muy valorado y que les hará destacar aunque no se lo
propongan... y seguro que ni les interese.
En el desarrollo de cualquier aspecto dentro del ámbito de la vida se
pueden observar diferentes niveles de aprendizaje o de expresión y la música no
iba a ser distinta en esto. Cualquiera que se lo proponga puede ser capaz de
sacar música de un instrumento musical o de tabicar una canción, por elemental
que sea, pero solo unos pocos elegidos pueden alcanzar el nivel en el que se
encuentra gente como Paul Gilbert, Mike
Portnoy, Johnny Gioeli, Billy Sheehan o
Brian Wilson, por citar unos ejemplos. Para hacer muy bien algo primero te
debe apasionar y luego debes estudiar, practicar y trabajar hasta ir subiendo
escalones. Sin embargo por mucho que estudies nunca vas a poder llegar al
estadio en el que se encuentra Eddie Van
Halen, sencillamente porque es poseedor de un altar único y personal. En
estos casos tan especiales se combinan la pasión, el estudio, el trabajo y ese
don innato que debe venir de serie sin el que nos es imposible dar el salto
cualitativo para alcanzar el Olimpo de los Dioses. Esto no debe desanimarnos en
absoluto al resto de pobres mortales en nuestro devenir por la vida. Estoy
plenamente convencido de que todos tenemos un talento en especial, solo se
trata de descubrirlo y potenciarlo. Además, esto de las carreras la mayoría de
las veces suele ser una gilipollez. No tienes por qué ser Marco Minnemann para poder tocar la batería y hacerlo realmente
bien. En fin, que solo podemos congratularnos de que ese puñado de escogidos hayan
decidido cultivar los demás aspectos relacionados con su talento y hayan tenido
a bien compartir con el resto de nosotros su arte. Nos hacen la vida un poquito
más feliz.
6.- Para interpretar/componer música.
Está claro que el apartado anterior queda reservado para un escueto
grupo de elegidos. No obstante, pese a no ser tan genuino, sería injusto dejar
atrás a aquellos intérpretes que han sido bendecidos con el don de ser capaces
de crear música. Puede que no sean unos instrumentistas brillantes, igual ni
siquiera alcanzan una cierta solvencia en este menester, pero son capaces de
dar vida a composiciones musicales imperecederas. Una cosa está clara: componer
y tocar música son dos conceptos que, pese a que suelen ir de la mano, se
diferencian entre sí. Cuando sale este tema siempre me viene a la cabeza la
figura de Rudolf Schenker. El famoso
guitarrista y fundador de Scorpions,
hermano mayor del también guitarra Michael
Schenker, no se caracteriza precisamente por una técnica depurada a la hora
de tocar su instrumento; qué coño, seamos sinceros, casi siempre que ejecuta en
directo alguno de los pocos solos que no hace Matthias Jabs la suele cagar. Sin embargo este hecho no esconde que
la mayoría de canciones que han hecho famoso al grupo alemán y que millones de
personas tienen grabadas a fuego en su alma han salido de su cabeza, por lo que
vamos a tenerle un poquito de respeto. Ahora que están tan de actualidad los
incomprensibles, injustificados y rastreros ataques personales que su
hermanísimo Michael lleva aireando
en cuanto le ponen un micro delante, rompemos una y mil lanzas en favor del
hermano mayor de la saga. Nadie pone en duda la valía y talento de Michael Schenker, es un genio, ha
influenciado y mostrado el camino a millones de guitarristas y, en definitiva,
es uno de esos pocos escogidos del calibre de Jeff Beck, Eddie Van Halen o
Jimi Hendrix; pero si le pedimos al propio Michael que escriba en un papel el número de canciones
imperecederas que ha escrito y las comparamos con las de su hermano igual se
metía su lengua en santa sea la parte y mostraba un poco de respeto y
agradecimiento a la persona en la que se ha apoyado mil veces en el pasado
cuando sus demonios personales estaban desatados y en su vida pintaban bastos.
Pero esto es marginal.
En fin, que la mayoría de grandes intérpretes suelen mostrar buenas
habilidades a la hora de componer. Sin embargo también hay artistas no tan
técnicos, pero con un don especial a la hora de sacarse de su chistera mágica
grandes riffs, melodías y canciones.
7.- Para vacilar.
Es un clásico. Hacerse con un instrumento musical, generalmente una
guitarra, para llamar un poco la atención entre los colegas y convertirte
durante unos momentos en el foco de todas las miradas… hasta que alguien te
pide que te toques algo. No cabe duda de que todo el que decide adquirir un
instrumento por estas motivaciones también desea ser capaz algún día de poder
dominarlo y emular a sus ídolos. No obstante la realidad es que, o perteneces a
la selecta minoría que pasa por este mundo con el don necesario, o tienes una
dedicación plena en el empeño de aprender, o lo más seguro es que te canses a
las cuatro o cinco tentativas de poner sobre el mástil los cuatro acordes del “Smoke
on the water” y ese maravilloso instrumento acabe vagando por cualquiera de
los rincones más inaccesibles de tu territorio vital.
8.- Para venderlo.
Consecuencia directa del apartado anterior. Poco más que decir. Lo
intentaste, pero no pudo ser y ahora, al menos, no has palmado demasiada pasta
con la operación “Estrella del Rock”. Quién sabe, igual esa persona a la
que le has vendido tu guitarra acaba convirtiéndose en el nuevo Jimi Hendrix
y entonces habrás conseguido obtener tu rinconcito dentro del entrañable,
caótico y maravilloso universo musical mundial.
9.- Para aprender algún fragmento de alguna canción famosa.
Relacionado con el apartado dedicado a aquellos que lo intentan, pero
no consiguen dominar su instrumento musical. Muchas veces uno de los
principales reclamos para alguien que se inicia en algo es lograr algún tipo de
resultado que puedan apreciar el resto de mortales a simple vista; para un niño
que empieza a jugar con juegos de piezas para construcciones el primer momento
álgido se alcanza cuando son capaces de construir algo que se parezca
mínimamente a algo. El caso musical no iba a ser menos, por supuesto. El
subidón que le da a cualquiera que se inicia en esto de entender los mecanismos
de funcionamiento de esos deliciosos objetos capaces de generar música cuando
de ahí suena algo que remotamente se parezca a esa canción que tanto te gusta,
es mágico. Sin duda el instrumento protagonista de estos menesteres es la
guitarra. Si, uno de esos instrumentos que tantos y tantos hemos interpretado
con la mímica de nuestra imaginación en los lugares más insospechados cobra
aquí un merecido protagonismo. Y no menos protagonista es la canción que todo
el mundo conoce y en la que todo Dios se cobija cuando desliza tímidamente por
vez primera sus vírgenes dedos a lo largo del mástil de madera, intentando
emular el conocidísimo riff de
inicio. En efecto, hablamos de “Smoke on
the water”. La canción que hizo ricos y famosos a Deep Purple y a su creador Ritchie
Blakmore. Todo el mundo que haya agarrado alguna vez una guitarra para
intentar tocarla sabe que es culpable de intentar poner su inmortal riff de inicio. El asunto llega a tales
extremos que en algunas tiendas de instrumentos musicales aparece colgado un
cartel que te informa de que está prohibido tocar “Smoke on the water”; eso es éxito y lo demás son tonterías. Así
que démosle el merecido homenaje a esta canción que a casi todos los fanáticos
de Deep Purple acaba agobiando por
saturación cuando la tocan en directo y que para el resto de aficionados supone
uno de los momentos culminantes de sus shows en vivo. A continuación reseñamos
unos subgrupos dentro de este apartado en lo que respecta a la interpretación
de este clásico más grande que la vida:
- Los que tocan SOTW en las tiendas de instrumentos
musicales.
Poco más que añadir a lo comentado antes. Visitar una tienda de
instrumentos musicales acompañado de ese amigo que todos tenemos y que, pese a
no saber tocar la guitarra, tiene hechos sus pinitos y se arranca con los
temidos acordes para el dueño del establecimiento. Tiene hasta su punto de
lógica la jocosa prohibición que suelen lucir a modo de cartel en la pared del
apartado de guitarras eléctricas. No es broma, en algunas reputadas tiendas de
guitarras aparece un cartel con una leyenda que dice: “Prohibido tocar el riff de Smoke on the water”. Aunque lo más cachondo del asunto puede
producirse si al vendedor de marras... ni siquiera le gustan los Purple; podría hasta ser motivo de baja
laboral la sobre exposición al temido riff
de Blackmore.
- Para tocar SOTW en cuanto una guitarra cae
en tus manos.
Este otro tipo de sujeto consigue ir un paso más allá y se encuentra
preparado para rasgar las cuerdas de cualquier instrumento musical que posea
las mismas en el mismo instante en el que las circunstancias se lo permiten.
Nadie tiene muy claro si sabe tocar o no, puede que ni él mismo lo sepa, pero
poco importan estas minucias si puede hacer sonar el preciado riff que casi todo músico en la
intimidad aspira a componer. Cuando nuestro personaje aprieta el botón de on, nada se puede hacer ya. La suerte está echada y vas a escuchar su
personalísima adaptación de SOTW lo
quieras o no.
- Los que se juntan en
una reunión de guitarristas amateur para tocar SOTW.
Esto ya navega entre lo peculiar y lo inquietante. Sí, hay gente que
decide que en un momento determinado de su vida tiene que reunirse con otros
cientos de semejantes perfectamente extraños, guitarra y ampli en mano, para hacer sonar al unísono la irrepetible
introducción de uno de los temas más reconocibles de la Historia. No bromeo, cientos de personas acudieron a la llamada de
una iniciativa que pretendía reunir a todos los guitarristas que lo deseasen en
una misma coordenada espacio-temporal para hacer sonar a la vez el clásico de Deep Purple; incluso el mismísimo Ian Gillan se prestó voluntariamente a
hacer de vocalista en esta atómica reunión. Imagino a Gillan/Glover presenciando la escena mientras intentan defender el
imposible argumento de que SOTW no
es famosa por el riff de inicio, sino
por la letra. En fin. Y para todos los escépticos, incrédulos y negadores natos
de la evidencia de este clásico inmortal, a ver cuándo y dónde se juntan todos
los que van a interpretar “Starway to
heaven” o alguna otra cosa por el estilo.
10.- Para agobiar en las reuniones sociales.
No puede ni suele faltar en ninguna reunión ese personaje que, en
cuanto aparece por ahí una guitarra, se siente en la necesidad de acaparar
todos los focos de atención. Nuestro decidido sujeto se lanza al ruedo sin pensar
dos veces en las posibles y fatales consecuencias que sus actos pueden acarrear
al resto de sus muchas veces improvisados acompañantes. Se apropia del preciado
instrumento -que encima casi siempre ni siquiera es de su propiedad- y decide
unilateralmente que los parroquianos allí reunidos desean escuchar su peculiar
manera de redefinir el concepto de arte. Por supuesto uno de los temas
principales de su improvisado set list suele ser el omnipresente “Smoke
on the water”, perpetrado para la ocasión bajo su particular prisma sonoro.
Esta singular especie humana se te puede aparecer en los lugares y eventos más
insospechados. En serio, he tenido el gusto de disfrutar de alguno de estos
inusitados conciertos incluso dentro de un entorno tan poco dado a estas
manifestaciones artísticas como puede ser un curso de formación. Nuestro
encantador protagonista tuvo la brillante idea de acudir a la última sesión con
su guitarra a la espalda y, ante la impagable cara del profesor que llevaba a
cabo la actividad, no dudó en reunirnos a todos en un pequeño corro para
deleitarnos con un popurrí de sus grandes éxitos. Debido a la
imposibilidad de los asistentes para poder salir de allí de manera honrosa,
nuestro nuevo popstar particular nos calzó a los allí presentes una
demostración difícilmente olvidable.
11.- Porque se lo han regalado.
Aquí puede no haber un deseo expreso anterior motivado por el placer
de escuchar música… o sí. En cualquier caso un buen día te encuentras con que
cualquier persona de tu entorno ha decidido regalarte un chisme del que parece
ser que sale música y, claro, te ves abocado a intentar manejarlo. Una vez más,
dentro de este apartado podemos encontrar dos grupos:
Por un lado tenemos a los que tienen talento y aprenden. Aquí se
pueden englobar sujetos de algunos de los apartados anteriores. La diferencia
principal es que, por circunstancias externas y no buscadas en primera persona,
se han encontrado con un instrumento musical entre sus manos y en propiedad.
En el otro extremo están los que no tienen ningún talento. También
estas personas se pueden catalogar en algunos de los anteriores apartados.
Independientemente del recorrido que sigan cada uno de los protagonistas de
este extremo, lo más normal es que el instrumento acabe cogiendo polvo en cualquiera
de los trasteros de sus residencias o en la residencia de otras personas a las
que los anteriores se lo hayan acabando regalando/vendiendo.
12.- Para meterse en un grupo.
No sabemos qué sienten los individuos que se encuentran dentro de este
singular apartado por la música en sí misma, en algunos casos ni ellos mismos
son capaces de responder a estas preguntas; lo que está claro es que en su caso
la posesión y dominio de un instrumento musical adquiere como función principal
la de vehicularles hacia el fin último de formar parte de un grupo de música.
Que nadie malinterprete estas palabras, por favor. El hecho de ser parte de un
grupo de música es un asunto de enjundia y categoría, no quiero ni pensar lo
que sería de nosotros -pobres mortales necesitados de experimentar la pasión de
escuchar música- sin la existencia de estos aquelarres de músicos prestos a
compartir con nosotros su producción artística y llenarnos de felicidad. Lo que
llama la atención es que a veces parece que las etapas del camino hasta llegar
a este fin suelen alterar su orden natural. Lo habitual suele ser que primero
descubras la música como oyente, disfrutes de ella y te parezca algo tan
especial que sientas la necesidad de reproducirla con cualquier instrumento
musical. Una vez alcanzado este punto, uno siente que necesita compañeros de
camino para que esa música que tienes en la cabeza cobre vida en su totalidad.
Esta sucesión de acontecimientos hay veces que se modifica hasta el extremo de
que hay gente que ya tiene montado el grupo antes incluso de ser capaz de
interpretar música con ningún artilugio habilitado para tal fin, ¿?. En fin,
eso no quita para que los que escojan este curioso camino acaben siendo grandes
músicos. Las curiosas disfuncionalidades del ser humano.
13.- Para emular a sus ídolos.
¿Quién no ha querido aprender a tocar la guitarra después de ver a Ritchie
Blackmore en el vídeo del “California Jam” tocando como solo él
sabía por aquellos entonces, imponiendo su propia ley en el escenario y
quemando su instrumento con la arrogancia y carisma propios de un rockstar?
¿Quién no ha querido sentarse tras lo que fuera que tuviese forma de tambores
al escuchar el pedazo de solo de batería que se marcó Carl Palmer en el
directo de Asia de Moscú? ¿Quién no ha querido agarrar un micro tras
escuchar cantar a Gillan la salvaje parte intermedia del “Strange
kind of woman” de los setenta? Esto ha estado ahí siempre y sigue siendo
prolífica fuente de innumerables inicios de carreras musicales. Estoy seguro de
que detrás de cualquier persona que haya decidido en algún momento de su vida
intentar aprender a tocar cualquier instrumento musical hay un ídolo o
instrumentista de referencia que le ha abierto esa puerta. Y eso es algo que
está muy bien, sin innovadores como Little Richard o Jim Dandy
igual hoy no hubiera existido un Robert Plant o un David Lee Roth.
Y si alguien niega la mayor, sencillamente no me lo creo.
14.- Para grabarse en video y colgarse de las redes sociales.
Esto ya parece una especie de plaga, uno de los muchos daños
colaterales de este nuevo mundo virtual y de redes sociales que tan
acertadamente trató Blaze Bayley en su primer disco en solitario tras
verse obligado a dejar a Iron Maiden. El álbum se tituló “Silicon
Messiah” y aborda de modo conceptual una interesante historia de ficción
con la temática del mundo virtual de fondo. Salió en el año 2000 -o sea, hace
ya casi veinte años- y todavía no habíamos llegado al caos surrealista en el
que se está convirtiendo esto de las redes sociales. Desde aquí animo a todo el
que desconozca este disco que le pegue una escucha, puesto que se trata de una
obra de gran calidad y que demuestra porqué Steve Harris &
Co decidieron ficharle.
El asunto este de grabarse tocando un instrumento, generalmente la
guitarra, y colgarlo en el universo paralelo de la red no tengo muy claro a qué
motivaciones obedece. Tiene todo el sentido del mundo cuando un grupo decide
promocionarse de esta manera, incluso se agradece poder acceder a vídeo clips
que en el pasado solo podías poseer a base de grabarlos de la Tv en tu aparato
de vídeo. Ah!, los vídeos VHS… o Beta, eso sí que era un
delicioso desastre en cuanto a calidad de imagen o sonido. Cada vez que hacías
una copia la pérdida de calidad era tan irritante como segura; además, si lo
visionabas muchas veces se enganchaban los cabezales y acababas perdiendo esa
grabación tan preciada para siempre. Los grupos famosos editaban de vez en
cuando una recopilación en cintas de vídeo a veces de calidad semejante y para
todo lo demás te tocaba el apasionante e incierto mundo de las grabaciones.
Otros tiempos. Hoy en día los grupos pueden publicitarse colgando vídeos por Youtube
y demás plataformas digitales. También la gente que sabe tocar se graba en
tutoriales que de veras ayudan a mejorar la técnica a cualquier advenedizo o
realizar cualquier tipo de interpretación que nos sirve al resto de mortales.
Hasta aquí, todo correcto.
Sin embargo, no acabo de ver el sentido de grabarte tocando el solo de
“Crazy train” en la habitación de la casa de tus padres, la mayoría de
las veces con unas calidades en cuanto al sonido y/o la interpretación que
brillan por su ausencia. Lo que puede tener su punto para compartir con tus
cuatro amiguetes se sale de madre por completo cuando lo pones a disposición
del resto de tus semejantes del globo terráqueo. Imagino que todo esto tiene
que ver con ese lado exhibicionista que parece ser tienen algunos seres humanos
y que por desgracia tanto está potenciando internet. En fin, será que esto es
lo que nos toca ahora.
15.- Porque lo han mamado desde que nacieron.
Aquí se encuadran todas aquellas personas que han tenido la suerte o
la desgracia de nacer dentro de un entorno familiar artístico o sensibilizado
con estos menesteres. Ante una situación así sabes que no te queda otra que
dedicar desde tu más tierna niñez una serie de horas de tu día a día a la noble
tarea de comprender el asombroso lenguaje musical. Puede ser que los agraciados
lactantes se encuentren entre el grupo de escogidos que se sientan en comunión
con dicho lenguaje, por lo que el camino se les estará allanando sobremanera.
Por el contrario, si los caprichosos hados del destino no te han escogido para
que seas capaz de tocar un instrumento musical de manera adecuada, aquello
puede tomar tintes de tortura medieval. En cualquiera de los casos los más
perjudicados aquí suelen ser casi siempre los que tocan el violín y los pianistas. Como alguno de los
progenitores sepa tocar el piano, tenga alguna inquietud por el mismo, esté
intentando superar algún trauma relacionado con dicho instrumento o
sencillamente decida que es cool apuntar a la criatura a clases… el
sufrido infante está jodido. Pero bueno, siempre quedará el consuelo de que si
nadie hubiese decidido que un jovencito Jon Lord (D.E.P.) iniciase su
formación clásica, estoy seguro de que nunca habría existido Deep Purple;
al menos los Purple que muchos de nosotros admiramos.
16.- Por obligación y/o imposición.
Directamente relacionado con el apartado anterior. Suele ir acompañado
este presupuesto de un poso negativo, puesto que por norma general cuando te
obligan a hacer algo tan especial y tan dado a salirse de la norma como es la
cuestión musical, se suele deber a que los que te obligan tienen algún tipo de
trauma por su propia incapacidad y suelen descargar sus frustraciones poniendo
a sus propios hijos en el disparadero. Nada debe haber peor para un niño que no
quiere tener nada que ver con el peculiar mundo musical que encontrarse el
primer día con unos tutores que le informen de que debe asistir a clases de tal
o cuál instrumento musical. Una cosa es ofrecer al niño la posibilidad de
descubrir, investigar, cacharrear… y otra bien distinta es decidir
unilateralmente que debe ir a clases. Es el recorrido ideal para que la persona
en cuestión acabe odiando el piano, el arpa o el corno inglés.
17.- Para hacer felices al resto de sus semejantes y hacerles
experimentar la pasión de la música.
Por increíble que parezca, el hombre y toda la ristra de irritantes
limitaciones que lleva como equipaje es capaz de crear determinadas cosas que,
pese a que nacen de nuestros torpes y limitados sentidos, tienen el poder de
trascender por encima de nuestras pobres coordenadas espacio/temporales para
alcanzar categorías superiores de inmortalidad. La música es una de esas cosas.
Su belleza es desbordante. Su poder es ilimitado y mágico. Un ejemplo claro de
la conexión del ser humano con lo sobrenatural.
Si Steve Perry se hubiese dedicado a la mecánica o a vender
zapatos en lugar de a cantar, sin duda la raza humana habría perdido a uno de
esos pocos elegidos capaces de llevarte a ese mágico lugar que nunca has sabido
dónde está, pero al que siempre has deseado ir.