Volvemos una vez más, como las olas del océano, fieles a nuestra cita veraniega, para retomar finalmente algo que nos lleváis pidiendo desde hace tiempo algunos de vosotros: una segunda parte del artículo “Para qué va la gente a los festivales”. Era algo que tarde o temprano tenía que ocurrir y ha sucedido. Pese a que uno es muy dado a ser recurrente en esos pensamientos que ya tiene aseverados como certezas, no siento ningún interés en la repetición sistemática y/o sinsentido. Sin embargo, esto es distinto; aunque en su momento ya escribimos y compartimos con todos el artículo sobre el tipo de personas que pueden asistir a los festivales de música y que puedes leer con solo clicar en el enunciado anterior, es difícil resistirse a la tentación de revisar este asunto y ofrecer esa segunda parte de dicho artículo que de manera recurrente nos habéis animado a redactar.
En esta especie de sección que recuperamos cada inicio de verano y en la que nos gusta dar una nueva, irreverente e imposible vuelta de tuerca a la deliciosa cuestión subjetiva de las motivaciones musicales, pasamos un rato tan entretenido como agradable desarrollando y compartiendo con todo el que se quiera acercar a vernos una serie de perfiles -en este caso de gente que asiste a festivales musicales- que muchos jamás entenderán, otros conectarán con ellos a la primera, algunos dejarán de leer en cuanto vean que hay muchas letras juntas, a unos cuantos puede que les despierte la curiosidad y otros tantos los criticarán -sin apenas haber comenzado a leerlos, por supuesto-. Agradecemos y nos alimentamos de todos ellos, como si fuésemos una especie de vampiros de la red, sedientos de la esencia de todo el que se acerca a nosotros. Incluso nos produce un extraño placer irritar a esos críticos ofendiditos con todo y con todos que tanto pululan por este mundo virtual soltando su bilis putrefacta, vestida de una condescendencia tan chabacana como ridícula, sin que nadie les haya preguntado; pero este es otro tema.
En lo que respecta a los festivales musicales, cierto es que para todo sufrido seguidor musical la celebración de una actuación en directo es parte importante del amor que le profesa a su música y a sus grupos de referencia. Y no es menos cierto que desde esta perspectiva, un buen festival es algo así como el cónclave definitivo para todos los fieles de esas músicas por las que sentimos devoción.
El asunto es que, casi sin darnos cuenta, han salido de nuestro lápiz para plasmarse en el primer cutre papel que se puso a tiro en la barra de ese bar al que nunca entrarías otros dieciseís perfiles representativos de esa jungla tan variopinta y tan vital que formamos los asistentes a este tipo de eventos y que vienen a recrear un pequeño, distinto y distintivo universo en el que te sumerges durante unos días para perderte por completo. Retomamos pues el tema abordando estos nuevos perfiles de usuarios festivaleros en los que seguro que sin mayores problemas podemos ubicar a alguien que conozcamos o a nosotros mismos.
No esperen una clasificación al uso, para bien o para mal este helado es de otro sabor. Seguro que a cada lector se le pasarán por la cabeza otros tipos de perfiles para este delirante catálogo sin defensa lógica posible; por supuesto, os animamos a compartirlos con todos nosotros.
-Para luego contarlo.
Pues claro que si, esto es tan humano como el respirar. De todos es sabido que cuando experimentas cualquier cosa que sea susceptible de ser contada al resto de tus semejantes, el mero hecho de hacerlo ya pasa a formar parte casi íntegra de la experiencia en sí misma. Esto es aplicable a circunstancias tanto positivas como negativas, porque resulta que somos una especie tan peculiar que experimentamos placer al hablar tanto de las cosas buenas que nos pasan como de las no tan buenas. Asistir a un festival de esos de verano -aunque cada vez es más habitual que se programen durante todo el año- puede que sea algo que disfrutes o que estés contando los minutos para que aquel castigo se acabe, pero lo que es seguro es que va a ser una experiencia con tantas situaciones y matices que vas a tener cuerda para contar a tus allegados durante unos días. Y eso está bien, hay que hablar con la boca y mirando a los ojos de tu interlocutor en lugar de tanto usar el puto móvil.
Antes nos conformábamos con dar la brasa sobre el festi de turno a nuestros sufridos amigos -Dios mío, los amigos… qué haríamos sin ellos- y te pasabas unos días narrando lo bien que sonó tal grupo, que si la comida, a cuánta gente conociste… y con cuánta te conociste de manera más íntima, que si la zona de acampada era una mierda -esto es un clásico, el día que pongan una zona de descanso en condiciones nos joden la batallita del festival-, el técnico de sonido del primer escenario era un inútil, cuánta gente había para ver al grupo tal, la cerveza muy cara, la cerveza muy barata, mejor mear fuera que entrar en los urinarios -otro clásico, hay quien piensa que ya los contratan y los montan llenos de mierda desde que se abren las puertas del evento-, ya tienen puestos veganos, que mierda que coincidan varios grupos que te gustan tocando a la vez y, por supuesto, cómo lo gozaste en el Karaoke Metal. No, no nos hemos olvidado de ese invento infernal.
En fin. Lo que es seguro es que asistir a un festival es una experiencia en sí misma y algo que, en la humilde opinión del que esto escribe, todo el mundo debería vivir en toda su intensidad al menos una vez en la vida. Seguro que si así lo haces, repites.
-Para experimentar cosas nuevas.
La fauna que puebla nuestros benditos festivales es de lo más diversa, si te das un paseo por sus jardines puedes encontrar por allí pastando desde seguidores acérrimos de tales o cuales grupos por los que se han hecho un abultado número de kilómetros para presenciar su show hasta genuinos elementos que no saben ni cómo se llama el festival por el que han pagado para adquirir el derecho a asistir. En un punto intermedio de este peculiar abanico nos podemos encontrar a ese curioso ser que se ha acercado hasta este tinglado, desconocido del todo para su persona, por primera vez en su vida con el objetivo principal de experimentar algo nuevo, refrescante, vital, incierto y puede que hasta peligroso; pero es que así es el ser humano: vital, refrescante, incierto y peligroso.
Nuestro intrépido protagonista probablemente no conozca a ninguno de los artistas que actúen y lo más seguro es que apenas pase unos escasos diez minutos escuchando la música que allí interpreten los mismos. Poco importan esas menudencias, seguro que se habrá decidido a ir aconsejado por ese amigo íntimo que le ha dicho que se lie la manta a la cabeza y que le acompañe... que va a vivir una experiencia. Y a buen seguro que la vivirá, no me cabe duda alguna al respecto; otra cosa será la calidad y talante de dicha experiencia. Seguro que vital, refrescante, incierta y peligrosa; vamos, humana.
-Para figurar.
Un festival de música es principalmente un lugar de encuentro para escuchar la música en directo de esos grupos que tanto te gustan, pero también es un evento social; qué duda cabe. Dentro del recinto de cualquier festival se reúnen un grupo más o menos numeroso de personas que están abocadas a convivir de una manera más o menos estrecha durante unos días.
No es el caso de vuestro humilde escriba, que se embute en la primera prenda de vestir que encuentra tirada por ahí y que lleva el nombre de alguno de esos grupos que nos vuelven locos, pero es verdad que hay mucha gente que tiene muy claro que va a un evento social en el que va a mirar y a ser mirada… de hecho puede que algunos estén más interesados en mirar y ser mirados que en las propias actuaciones musicales en sí. Este apartado tiene como protagonistas a estos sujetos. Tipos de cualquiera de los doscientos mil géneros que nos hemos inventado en estos últimos tiempos y que estarán más preocupados por la imagen que van a proyectar esos días y por lo que puedan opinar los demás de la misma que por el propio festival. Mientras algunos nos pasamos los días, semanas e incluso meses previos degustando las discografías de los grupos que vamos a ver tocar, ellos dedican sus tiempos previos a pensar, repensar, probar, reprobar, quitar, poner, comprar o incluso diseñar los modelitos con los que van a cubrir su piel, así como los adornos con los que van a seguro saturar casi todas las partes de su cuerpo. Esto de ir especial, guapo o resultona creo que se le está yendo de las manos a la especie humana. Pero esto es marginal.
Además de la imagen, está el rollo ese de la popularidad, de sentirse el centro de atención del grupo social en el que uno se encuentra. Nuestro querido protagonista hará todo lo que esté en su mano para que su asistencia no pase inadvertida al resto de sus semejantes/ grupo de referencia más cercanos; amén de fijarse en las pintas del resto del respetable, por supuesto… por desgracia casi siempre para criticar, aunque a veces también puede salir de su boca algún comentario positivo sobre sus iguales. Reconozco que puede resultar un poco cruel, pero siempre es tentador encontrar algo de diversión cuando se cruza en tu camino algún elemento de los que acabamos de pincelar de una manera tan somera como deliciosamente subjetiva. No tienes más que comenzar a charlar con nuestro ínclito sobre cualquier tema musical que él mismo saque a colación: se va a poner estupendo y la va a cagar, no lo dudes. Es lo que suele pasar cuando la música no es lo primero.
Luego tenemos a otras personas que también encajan en este apartado. No es tanto la imagen como la mera presencia en el festival que sea objeto de nuestro estudio. Hay personas que, por increíble que parezca, pueden llegar a asistir a un festival para que el resto del personal vea que ha asistido. Aquí ya no importan los gustos ni minucias por el estilo, se trata casi como de fichar en la puerta de entrada del recinto. Una vez que estás dentro has conseguido el objetivo. Inaudito y descabellado, pero os puedo asegurar que es cierto y que el que esto escribe conoce unos cuantos ejemplos atómicos de lo que aquí se suscribe. Tenemos desde colegas que se sienten tan auténticos que necesitan asistir a todas las ediciones del festival de turno, gente del entorno de la banda que sea y que se siente en la obligación de apoyarla, hasta una parte de la prensa musical especializada que tiene que cubrir el evento. En este último caso enseguida se nota si el redactor/equipo de prensa que sea ha ido por obligación o por devoción, en cuanto lees los primeros dos párrafos te puedes hacer una idea del asunto.
-Para disfrazarse.
Evolución pasada de vueltas del apartado anterior. La estética de los festivales musicales es una cosa en la que no se suele caer al primer bocado, pero no por ello deja de tener su espacio e importancia. Aunque podemos hablar de la imagen de los artistas que actúan en el evento, no nos vamos a detener ahí está vez; a fin de cuentas la estética que abandera cada músico o grupo la lleva consigo en todas sus apariciones públicas, no solo en los eventos festivaleros.
Ya se ha comentado de manera más general unas líneas atrás. En el apartado que nos ocupa vamos a detenernos observando al peculiar público que asiste a estos espectáculos para dar rienda suelta a su particular fondo de armario y/o para desinhibirse compartiendo con el resto de los presentes esa faceta oculta de su personalidad tan atómica como imposible. En serio, esto de los disfraces daría para una tesis de psicología de esas de fin de carrera. Los motivos que puedan impulsar a cualquier ciudadano de esos anónimos a salir a la calle tras introducir la casi totalidad de su cuerpo en un saco de basura o similar y adornar su cabeza con una sartén u otro objeto de parecido calado se me escapan por completo; la psique humana, ese abismo insondable.
Esto es algo que parecía destinado casi en exclusiva a los carnavales, las fiestas de disfraces -no sé quién las inventaría, seguro que la misma persona a la que se ocurrieron los juegos de mesa-, las bodas temáticas -a las que te obligan a asistir con el ridículo atuendo temático que impone la organización, por supuesto- y poco más. Pero no. Mi sufrido lector, si has logrado llegar hasta esta altura del texto, la siempre imprevisible mente humana te sorprende cuando más desprevenido estás con una nueva e imposible vuelta de tuerca. Y los festivales musicales no se iban a librar.
Nos vamos a remitir en este apartado a los festivales de Rock. Estoy seguro que en otro tipo de eventos de otras músicas nos encontraremos a alguien que considera necesario asistir embutido en un disfraz de pingüino, con una polla en la cabeza o con cualquier otro invento, pero ahora nos vamos a entretener un poquito con esas estéticas tan propias del seguidor rockero clásico, ese que con un poco de suerte todavía peina algo sobre su cabeza.
Uno ya lleva muchas horas de vuelo en este maravilloso e intrépido mundillo de los festivales y se puede decir sin apenas rubor que lo ha visto casi todo. Para empezar, aunque la estética Hard Rock/Heavy ochentas era muy chula con sus elásticos, cuero y demás ropajes ceñidos y negros, sus greñas perfectamente engalanadas, sus cadenas, muñequeras de pinchos y demás abalorios, era fácil caer en el exceso. La línea entre una imagen que te enamoraba y otra ridícula era finísima y para pasarla no tenías más que excederte un poco con algún complemento... y un festi veraniego era y es el momento idóneo para cualquier exceso; seguro que si también has frecuentado estos eventos ahora mismo se vienen a tu cabeza imágenes de seres cuya indumentaria parecía importada de otro planeta. Estos personajes vitales, inasequibles al desaliento y para los que las palabras vergüenza, ridículo o miedo no existían en su vocabulario, conseguían redefinir el concepto de moda; mira, igual si se suben a alguna pasarela de esas tan exclusivas donde los modelos van casi en pelotas y lucen ropajes que nunca se pondría nadie en su sano juicio, seguro que se llevan algún premio.
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Incapacitado para entender el exclusivo arte de la moda. |
Recuerdo con mucho cariño, nostalgia y buen rollo un festi al que asistimos hace un porrón de años en la costa malagueña. Allí nos encontrábamos, disfrutando del puto sol de justicia que por allí se gastan, cuando nos topamos con mi amigo Francis. El chaval, que ya no cumple los cincuenta, había sacado del fondo de su armario para la ocasión unos elásticos vaqueros made in ochenta que no lograban ocultar su orgullosa y prominente barriga cervecera, adquirida y moldeada tras muchos años de esfuerzo en los gimnasios de las barras de los bares de toda España y parte del extranjero. Acompañaba su atuendo con la clásica camiseta del sol rojo de Banzai, seguro que a los más viejos del lugar esta mítica prenda de vestir se les acaba de representar en sus cabezas, ultra ajustada también y sin mangas; claro. Remataba la faena el bueno de Francis con un pañuelo rojo a juego con la camiseta a modo de bandana para cubrir su cabeza ya que el añorado pelo dejó de estar ahí arriba años ha. Nos fundimos en un abrazo de esos sinceros de amigos y nos hicimos una foto que conservo con mucho cariño. Grandes tiempos. Otros tiempos.
Un último apunte. Hay seres superiores que no solo se engalanan de aquella manera para asistir al descontrol de un festival, sino que además siguen vistiendo casi igual en su día a día diario. Seres bendecidos con luz propia que iluminan el camino para el resto de todos nosotros, pobres mortales con limitaciones impuestas por unos convencionalismos sociales mal entendidos.
-Por la discoteca Metal y sus variantes.
No es el Karaoke Metal, pero igualmente mola. Cuando los sufridos asistentes al festi de turno llevan varias horas en pie, ingiriendo alimentos y líquidos sospechosos, escuchando a los mil y un grupos que muchas veces es la primera vez que los escuchan, dejando su alma y sacando todo el metal de su interior en el Karaoke Metal, cuando ya sientes que arrastras tus maltratados huesos por las verdes praderas de cualquier monte perdido en el que está ubicado el escenario bajo la descuidada mirada tanto de las vacas como de las cagadas de las mismas y sientes que necesitas ir a dormir a la cutre tienda de campaña… o al menos intentarlo… se encienden las luces de la carpa principal y suenan las primeras notas del “Fear of the dark” de Maiden. Imposible parar ahora. El averno del Metal no contempla el descanso del guerrero, que vuelve tras sus pasos para acabar de vaciarse en un nuevo cónclave bajo las luces, los vatios, la bebida y el sudor. La discoteca Metal o cualquier otro invento de similar enjundia ha comenzado y, pese a que tus músculos te mandan información sobre su lamentable estado que tu cabeza corrobora, sientes que nace de lo más profundo de tu ser la imperiosa necesidad de volver a acercarte a la barra para pedir otra copa más de esa bebida que atacará de nuevo a tu hígado aunque te siga manteniendo en esa especie de estado espiritual cercano al Nirvana que resulta que tanto disfrutas. De hecho me consta que hay gente que asiste a los festivales fundamentalmente por este momento; los grupos se la sudan, podríamos decir que hasta la propia música se la suda, pero este momento de desinhibida comunión con sus iguales merece todos los avatares anteriores. Igual incluso cae algo.
-Para beber/fumar/demás.
Siempre se ha hablado de ese lema tan mítico como recurrente de “Sexo, Drogas y Rock’n'Roll” y aquí no somos nadie para refrendarlo. Que el Rock ha estado ligado desde siempre al consumo de sustancias espirituosas es tan simple como que es así, no se discute… y que el Rock ha estado desde siempre ligado a la práctica sexual es tan simple como que es así, tampoco se discute; o si no, que se lo pregunten al tristemente fallecido Lemmy Kilmister. Aunque por otro lado no es menos cierto que ahí tenemos a Gene Simmons, bajista y fundador de los famosos Kiss, que ha declarado públicamente en infinidad de ocasiones que jamás ha fumado ni bebido -y seguro que es cierto- y que de esto del Rock’n'Roll está claro que algo sabe también
Esto del consumo de sustancias que excitan nuestro hipotálamo ya da de por sí una discusión de esas de bar acalorada; animamos encarecidamente a que, estimado lector, la lleves a la práctica de inmediato en el tugurio más cercano que encuentres que tenga barra y dispensen alcohol. Por nuestra parte solo recordar que resulta casi imposible encontrarte en un festival a alguien que no fume, no beba alcohol o no consuma ningún tipo de droga; seguro que alguno habrá, de esos que por diversos avatares del destino acaban atrapados en esa masa de vatios, sudor e incomodidad durante un finde que parece no llegar a su fin jamás, pero es igualmente seguro que hasta oculten ese dato por miedo, vergüenza o por no sentirse tan marcianos en ese submundo lleno de los mismos al que se han visto abocados a asistir. Impagables los momentos de la discoteca Metal, en los que se pueden desarrollar las ¿conversaciones? más atómicas, surrealistas e incomprensibles que sea capaz de parir el intelecto humano… y que, por cierto, son deliciosamente adictivas.
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Lemmy & Gene Simmons. |
Muy curioso resulta también que de este asunto no se escapan ni los propios músicos, algunos incluso van a la cabeza del consumo en dichos festivales: desde al que se le nota que se va en su actuación por estar un poco cocido hasta el que sale a escena sin apenas conseguir mantener su propia verticalidad. Algunos de ellos son máquinas perfectamente engrasadas para ingerir todo tipo de sustancias sin apenas despeinarse y sacando la actuación adelante como si nada. Los músicos, gente hecha de otra pasta. Recuerdo en este momento con mucha nostalgia e intensidad a Ian Gillan. El mítico vocalista de Deep Purple y maestro para todo el que ha sentido en algún momento de su vida el picotazo vital del Rock tiene fama de aguantar todo el alcohol que le eche a su estómago y a su pobre hígado curtido en mil batallas. El que esto escribe ha tenido el privilegio de contemplarle actuar en directo infinidad de ocasiones y puedo afirmar sin miedo al equívoco que este tipo tiene algo especial y único. Una de esas ocasiones aconteció en el Doctor Music Festival celebrado en Los Pirineos hace ya unos cuantos veranos, ¿de verdad es necesario irse al culo del mundo para montar un festival de música? La actuación de Deep Purple era la última de la gira europea de presentación de su disco “A.band.on” de 1998 y allí se encontraban celebrándolo con unos cuantos de miles de sus seguidores sobre la tarima en la zona de Escalarre. Que estaban de fiesta se notaba desde que salieron, como Purple es un grupo que gusta de largos desarrollos instrumentales había momentos de la actuación en los que algunos de los músicos se iban entre bambalinas detrás del escenario imagino que no a leer un libro; incluso al bueno de Jon Lord -D.E.P.- se le notaba especialmente on fire cada vez que volvía a las tablas. Pues en una de esas tenía que volver a cantar una estrofa Gillan tras los solos y nuestro encantador Garganta de Plata volvió a escena con una botella de whisky en la mano, que os puedo asegurar no era de pega ni mucho menos, como si tal cosa para seguir con el show. Genio y figura.
Por nuestra parte intentamos estar a la altura de lo que semejantes circunstancias requerían, también nos encontrábamos en un estado de embriaguez que había tenido su inicio la noche anterior, justo al llegar al parking del evento durante la madrugada del mismo. Ya desde el minuto cero pudimos sentir en nuestras carnes esto de los excesos del R’nR y los festis metaleros. Los seguratas de turno de la zona de aparcamiento, que eran unos chavalitos con acento del sur español a los que el intelecto difícilmente les daba para no cagarse en las procesiones, ante nuestra negativa a su pregunta sobre si llevábamos drogas encima, registraron amablemente nuestro coche. No encontraron nada porque no había nada, como les habíamos dicho. Nuestros queridos mandriles, cegados por la fe e inasequibles al desaliento, seguían intentando encontrar su maná cada vez más nerviosos; incluso uno de ellos nos dijo voz en grito: a ver, dónde está el shocolate. Para descojonarse; Berlanga, un amateur frente a estos tipos. Fue todo tan imposible y tan lejos de cualquier atisbo del término razonable que les acabamos ofreciendo un trago de la botella de whisky que nos estábamos bebiendo mientras contemplábamos la delirante escena sin dar crédito. Pero no, ellos querían el inexistente shocolate; seguro que para llevárselo a su jefe, no para fumárselo ellos. Viéndolo con perspectiva tuvieron muy mala suerte este par de primates, todo un parking hasta las trancas de coches en los que seguro habría costo a raudales y fueron a dar con dos tipos que beben, un poco, pero solo beben. ¿Cómo no te lo vas a pasar bien en un festival con este tipo de recibimiento?
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Ian Gillan. |
-Para ponerse hasta el culo de todo.
Variante del apartado anterior. Salvo honrosas excepciones, los protagonistas de este apartado pasan de los grupos, incluso la música se la suda, y el consumo excesivo de todo lo que sus pobres y castigados cuerpos puedan soportar es la máxima que explica su asistencia al evento de turno.
-Para hacer de todo menos ver los conciertos.
En teoría cuando alguien asiste a un espectáculo, el principal motivo de dicha asistencia consiste en ver y disfrutar o no de lo que tenga que ofrecer el espectáculo en cuestión. Hasta aquí todo correcto, esto lo podrá entender hasta el que asó la manteca… pero no, las cosas dentro de nuestra realidad muchas veces no son tan sencillas; por increíble que parezca, hay gente que acude a un evento, incluso pagando elevadas cantidades de dinero por el derecho a acceder al mismo, para luego no prestarle la más mínima atención. Esta afirmación, que en un principio puede parecer no tener razón de ser, resulta que es del todo cierta en innumerables ocasiones. Vienen a la cabeza de todas las mentes inquietas que de manera sorprendente se encuentran leyendo esto algunos ejemplos rápidos: la gente que paga para ir a un estadio de fútbol por acompañar a los amigos y/o poner a parir a todo dios gruñendo cual cazurro en lugar de disfrutar del partido, los que van a ver una exposición de cualquier manifestación artística y tardan más en entrar que en salir o los que asisten a una celebración religiosa sin entender nada de lo que allí ocurre y se largan a los pocos minutos, por citar algunas situaciones de primera mano.
El mundillo de los conciertos en vivo en general y el peculiar ecosistema de los festivales de música en particular no se iban a librar de estos seres tan singulares. Lo abordamos de manera transversal en otros apartados y es una realidad, desde los que asisten a estos eventos para ponerse hasta arriba de sustancias, esperar a la discoteca nocturna o darse mil paseos por todas las instalaciones del recinto de turno, hasta los que están obligados a aguantar estoicamente esa procesión de grupos imposibles de entender para su cabeza porque acompañan a cualquiera que sea esa persona que para ellos es especial. Cualquier motivación es válida, por peregrina que sea, para ir a un concierto y no ver ni escuchar dicho concierto.
Uno de los clásicos es el que llega al festi dos o tres días antes de que se abran las puertas del recinto. Suele llegar con sus colegas en una furgo que ya no cumple los veinte, llena de los cachivaches y zarrios más insospechados que pueda elucubrar el siempre inquietante intelecto humano y los desparrama en el primer trozo de tierra más cercano al evento en el que le dejan hacerlo. Montan una suerte de cutre tienda de campaña, plantan unas sillas plegables, una mesa que debe cumplir la premisa de estar casi destartalada y por último, pero no por ello menos importante, sacan una nevera llena de cervezas. Una vez puesto en marcha todo el ritual de iniciación, se pasarán allí apalancados durante los días que dure el festival, permaneciendo de manera estoica en sus trabajadas posiciones sin desfallecer hasta que todo termine. De ir a ver a los grupos que actúan, los puestos de merchan, comida, bebida y similares, nada de nada ¿para qué?
-Para haber estado en todos.
Variante del apartado del que asiste para figurar. Hay personas que sienten una necesidad que nace de lo más profundo de su ser y que les empuja irremediablemente a adquirir la entrada para ese evento que lleva años celebrándose y que ya ha pasado a formar parte de su devenir habitual por la vida… y no forman parte del equipo organizador de dicho festival. No sé. Entiendo que eso te pase con determinados artistas o grupos que son tan buenos en lo que hacen que te llevan a ese estado de Nirvana espiritual que tanto anhelas. El que esto escribe tiene una selecta lista de músicos a los que ha ido a ver en directo siempre que se han pasado por su ciudad y/o país sin importar el abultado número de veces que esto haya podido ocurrir. Hablamos el mismo lenguaje obsesivo y compartimos esa voz que resuena en nuestro subconsciente y que nos obliga a poner patas arriba todo nuestro mundo con tal de poder volver a ver por trigésimo quinta vez a no se qué cantante… y que vuelve a dejarnos ese semblante a medio camino entre la felicidad, la estupefacción y la estupidez; esas cositas que solo unos pocos enfermos sin remedio de la música podemos experimentar y que se escapa a la razón de nuestros semejantes. Lo que se me escapa es aplicar este razonamiento a los festivales, ya que generalmente el cartel de artistas cambia cada año y resulta imposible acertar todos las ediciones. ¿Qué haces el año de la edición en la que no te dice nada o muy poco ningún grupo? Para estos seres la respuesta es fácil: asistir igualmente.
-Para buscar bronca y/o problemas.
El protagonista de este apartado suele ir relacionado con el del consumo abusivo de sustancias -vamos, el de “ponerse hasta el culo de todo”- y, por suerte o desgracia, suele dejarse ver en este tipo de eventos. Esta especie aparece en los distintos ámbitos de la vida más de lo que sería deseable y tiene una peculiar manera de interpretar la realidad: siempre tiene razón, siempre le faltan al respeto y siempre empezó el otro.
Los factores que acaban haciendo de nuestros encantadores primates lo que son en la vida habría que buscarlos por muchos frentes: una infancia de mierda con progenitores que les consienten todo y ni les ponen ni les explican los límites, un sistema educativo de mierda en el que te cosifican y te encasillan según la pasta que tengas, un entramado social con unos principios de mierda o mejor dicho con una falta completa de los mismos y/o la equipación mental que algunos de estos elementos ya traen de serie, por citar unos cuantos condicionantes rápidos. El caso es que nuestros ecosistemas sociales cada vez están más saturados de estos encantadores mandriles que son capaces de buscar problemas hasta por encontrar una banana que llevarse a la boca.
Y lo más curioso es que por norma general no suelen tener ni puta idea, no solo de la música que han ido a ver al festival de turno, sino de la propia música en general. Pero eso no supondrá ningún problema dentro de sus particulares cabezas. Una mirada, un leve roce o un sutil comentario puede hacer que su mundo vuelva a rodar. Hace unos años lo mejor en estos casos -nada educativo, por cierto- solía ser plantar cara y llegar hasta la primera hostia si era necesario, resulta que luego la mayoría de estos elementos se arrugan a la hora de la verdad. Un amigo tiene una teoría cuando uno se ve abocado a vivir una situación de bronca con un grupo de palurdos: decirle solo a uno de ellos que si la cosa acaba mal, aunque reciba por todos los lados, va a ir solo a por él; resulta que el ínclito de la pandilla abusadora de manera sorprendente empieza a apaciguar ánimos.
Hoy en día no es del todo aconsejable seguir este modus operandi cuando te veas en problemas. La gente nocturna joven y no tan joven en estos últimos años está pasadísima de vueltas. No sabemos si porque las drogas hoy en día son mucho peores -si eso es posible- o qué, pero cuando están on fire durante su ocio nocturno se convierten en cazurros violentos a los que les da igual ocho que ochenta y te puedes/se pueden arruinar la vida sin apenas pensarlo. El ser humano, tan capaz de entender y modificar el universo con su cerebro como de avanzar solo a base de golpes.
-Porque eres menor de edad.
Pues claro que sí, esto de la música no es ni mucho menos solo para adultos; de hecho el que esto escribe piensa que las distintas músicas, artistas, estilos y discos se deberían enseñar en las escuelas más allá de los bailes, instrumentos musicales y demás... que también.
No se me ocurre mejor idea y más educativa que liarse la manta a la cabeza con tu vástago, unos buenos casos aislantes para sus tiernas orejitas y acercarse a un festival veraniego; lo creas o no el chaval lo va a disfrutar, aunque lo procese a su manera, claro. Esas son las cosas que se nos quedan grabadas a fuego en nuestro corazón, entendederas y carácter. Es responsabilidad de los progenitores guiar con sus desvelos, vivencias, enseñanzas, experiencias y límites el crecimiento y la educación de sus hijos. Ya lo decía un gran amigo mío: esto lo hago para que lo vea mi hijo y, solo si lo considera apropiado, él también lo haga cuando sea adulto con su gente porque se lo enseñó su padre.
-Para disfrutar.
Es la máxima u objetivo básico de estos eventos y de casi cualquier otro tipo de representación artística. Todas las manifestaciones culturales que nacen del inquieto intelecto humano pueden buscar muchas cosas, pero en la mayoría de los casos intentan que el espectador disfrute. Un festival de música de hasta cinco días seguidos de duración puede ser el caldo de cultivo perfecto para que se produzcan tantas y tan variopintas situaciones como distintas emociones puede experimentar el ser humano. Y eso es bueno, es simple, es terapéutico y es vital.
No se me ocurre nada mejor que compartir con esa gente que hace que tu vida sea especial unos días de intensidad bien entendida, sin agobios, prisas ni obligaciones, con tu bebida preferida en la mano y charlando de cualquier deliciosa banalidad mientras toca en directo ese grupo que tanto te gusta.
-Para pasar calamidades.
Sí, ya sé que este apartado es un muy sospechoso primo hermano del de “A sobrevivir” de la primera entrega de este artículo; pero es que no me puedo sustraer a volver a revisar todo lo que no hay de idílico en estos eventos festivaleros o que directamente parece salido de la retorcida mente del malo más malo de la película.
Pese a que esto de los festivales se suele englobar dentro del apartado del ocio, que nadie se piense que asistir a uno de estos eventos pueda ser como visitar un fin de semana un resort de esos en los que te la pasas tocándote los huevos embadurnado de exóticos barros y sin parar de comer ni beber. No. Que nadie se lleve a engaño. Un festival de música puede ser el paraíso si te gusta lo que vas a presenciar, pero no deja de ser una suerte de caótica gymkana de obstáculos, desde los más obvios hasta los solos concebibles por mentes enfermas. Ya lo hemos comentado por aquí en otras ocasiones, hasta llegar al momento en el que estás frente al escenario justo cuando va a tocar tu artista preferido o cuando por fin comienza la discoteca o el karaoke de turno en el que vas a sacar todo lo que llevas dentro de tu ser, hay que pasar por toda una suerte de obstáculos e inconvenientes con los que no cuentas hasta que te das de bruces con ellos. Solo con un poquito de suerte muchas veces tienes que hacer cola para comprar las entradas, caravana en la carretera comarcal de turno hasta llegar a ese lugar en el culo del mundo en el que se ubica tu festival y que se encuentra donde todavía no ha pisado el pie humano, cola para acceder a la zona de acampada e intentar pillar un buen lugar en el que plantar la tienda en la que pretenderás dormir cuando haya acabado la fiesta y justo comience a salir el sol -labor estéril, ya que toda la zona de camping va a ser el mismo patatal sin una puta sombra-, cola para que te pongan la mierda de pulsera que te da acceso al festi y que te va a estar agobiando en la muñeca todo el finde, cola para poder entrar en el propio recinto una vez has salido de la fila de la pulsera, cola para cambiar tus dineros por los dineros del festival, colas para pedir comida, bebida o lo que quiera que sea que te ofrezcan los tenderetes del evento, cola para acceder a esos zulos llenos de mierda y con olor a orín que reciben el nombre de baños y que cada vez estoy más convencido de que la organización ya los instala desde el primer día en esas insalubres condiciones, cola para pillar cacho en una buena posición que te permita escuchar/ver a tu artista favorito… y así podemos tirarnos toda la tarde.
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¿apetece una duchita? |
Además de todas estas pequeñas minucias que pueden hacer que pierdas tus nervios por completo, también conviene tener presente las condiciones meteorológicas en las que se va a celebrar ese espacio de ocio que llevas tanto tiempo anhelando. La mayoría de las veces son eventos al aire libre, por lo que si llueve estás jodido. Recuerdo con cariño y nostalgia un Extremúsica -fabuloso festival y que me consta que está muy bien organizado- de hace unos cuantos años, en el que cayó la tormenta del siglo. Imagínate que vas por primera vez a un festival, con la lógica mezcla de ilusión y nervios ante lo desconocido. Nada más clavada tu tienda en el patatal de turno te cae un diluvio bíblico que convierte la zona de acampada en un océano con las tiendas de campaña como pequeñas barcas improvisadas y casi te tienen que rescatar los servicios de emergencia de la zona. Pues eso mismo le pasó a una persona que conozco, ya os podéis imaginar que no ha vuelto a asomar por ningún tinglado de estos.
-Porque asiste como músico.
Los realmente importantes y la razón de ser de este tinglado global que nos hace felices a millones de nosotros. Supongo que resultará algo extraña la necesidad de reivindicar la figura del músico cuando se habla de la música, pero resulta que la cuestión no es nada baladí. La Música es un ente universal con el que en un momento determinado conectó la mente y el alma humanos. Esa sucesión de sonidos, cuidadosamente elaborados y superpuestos, lleva siglos coloreando nuestras limitadas y muchas veces grises vidas. Su capacidad y carisma son tan grandes que pueden modificar nuestros estados de ánimo y hasta nuestro devenir por este loco mundo en el que hemos sido colocados. Y nada de esto se podría llevar a cabo sin los músicos. Es simple: sin ellos no hay canciones.
Este apartado parece de Perogrullo, pero, si lo piensas un poco, tiene su aquel. Sin los músicos y los grupos no hay festivales y ellos deberían ser los principales protagonistas dentro del entramado de cualquier festival, pero esto no es siempre así. Bueno, los cabezas de cartel, la gente famosa que todo el mundo va a ver, sí; pero para el resto hay distintas consideraciones.
Por un lado tenemos a esos artistas de renombre que actúan como reclamo y que son aquellos que mueven masas de seguidores deseosos de vivir la experiencia de sus actuaciones en vivo. Esta gente no se tendrá que preocupar demasiado por la cuestión logística del festival, todo eso junto con sus honorarios imagino que estará bien atado por contrato, y se centrarán en lo que entendemos que deba ser su vocación vital: presentar su música y su show en directo.
En el otro extremo tenemos a todos aquellos grupos que todavía no han llegado a ese estatus, la mayoría seguro que no lo logrará jamás, y de repente se ven avocados a lidiar con toda suerte de contratiempos, avatares e incertidumbres en su recorrido musical y vital. Llegan al festival y todo son problemas, incómodos camerinos o inexistentes, comida y bebida ídem, carga y descarga instrumentos, cambios de horarios y límites de la actuación, precarias pruebas de sonido o inexistentes… y además cobras algo simbólico… no cobras… o tienes que pagar por actuar. Sí, este último dislate se le ocurrió en su día a nuestro querido Ozzy Osbourne y a su mujer Sharon. El hoy enfermo Ozzy, al que por supuesto le deseamos todo lo mejor ya que una cosa no tiene nada que ver con la otra, en su día montó un festival itinerante conocido como OzzFest y a su esposa Sharon Osbourne no se ocurrió otra idea que la de cobrar a los grupos que quisiesen tocar allí. Tenían unos cuantos grupos conocidos contratados y el resto a pasar por caja. Todo muy honesto y pensando en el artista. Y que nadie me venga con la estupidez de que fue culpa solo de Sharon. Amigo, si te llamas Ozzy y montas un OzzFest, todo lo que ofrezcas en tu espectáculo representa tu nombre y tu marca. No sé qué habría sido de Ozzy y Black Sabbath si cuando salieron y no les conocía ni Dios, solo hubiesen podido tocar en directo pagando ellos mismos por actuar. En fin. Es simple: sin los músicos no hay canciones.
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Ozzy & Sharon. Ozzfest. |
Esto debería ser una verdad de esas inamovibles, pero no; la capacidad humana para enrevesar y complicar todo lo que toca no conoce límites… y con la Música no iba a ser distinto. Lo que vamos a exponer lleva toda la vida siendo así, pero en los últimos setenta/ochenta años se ha podido percibir claramente. Alrededor del artista creador e intérprete musical han aparecido distintos enanitos que han ido influyendo y modificando hasta casi creerse más importantes que el propio músico. Desde el mecenas que antiguamente pagaba al músico para que compusiese su música, hasta las compañías discográficas de hoy en día, la prensa musical, la asquerosa publicidad, los promotores o los mánagers, que hay veces que incluso se atreven a decir que sin ellos no existiría el músico. Ejemplos de estos comportamientos los tenemos a patadas: la discográfica que te dice que sin su inversión el artista no se daría a conocer al público, el mánager que piensa que sin sus consejos el grupo de turno no llegaría a ningún lado, la prensa ¿especializada? que se siente como una especie de semi Dios capaz de subir a su altar o destronar al que pague o no los diezmos pertinentes… y así podemos seguir durante horas.
El dichoso mundo virtual actual, en el que se busca el protagonismo mientras se relega el talento, tampoco es que ayude mucho. Nuevas generaciones de humanos idiotizados frente a su móvil visionando estupideces de la más variada enjundia que elevan a sus altares líquidos a cualquier palurdo haciendo cualquier estulticia… y lo más cachondo del asunto es que nuestro encantador ínclito de veras se creerá que es especial por la susodicha sandez que graba y comparte desde su celular. Pero esto es marginal. En este mar de mierda se ven obligados a navegar nuestros queridos músicos para intentar publicitar su trabajo y que la gente pueda escucharlos. De este modo muchas veces se ha relegado e incluso denostado el talento, la interpretación y la creación del músico. Parece que el artista no podría hacer nada sin el mánager que le indica, sin la discográfica que le graba, sin la prensa que habla bien de él o sin el promotor que le contrata. El artista en el último peldaño de la pirámide. El mundo al revés. Curioso.
Para toda la gente que comulga con estas ruedas de molino como si nada, o que directamente ni se lo plantea ni lo va a hacer jamás, tengo un argumento del que estoy radicalmente convencido: el músico es el primero y el principal, es el creador e intérprete y sin él no habría discos ni canciones, los mánagers no tendrían a quien dirigir, las discográficas a quien grabar, la prensa musical a quien despellejar y los promotores a quien contratar. Es más, seguro que sin músicos no habría mánagers musicales, promotores, casas de discos ni prensa musical. Los músicos siempre los primeros y más importantes: sin ellos no hay canciones, ni Música.
-Para ver a ese grupo que nunca volverá a actuar en directo.
Esto no es fácil de entender al primer vistazo, de hecho habrá gente que no lo podrá comprender jamás, pero vamos a intentar desarrollar esta afirmación para todo aquel incrédulo que no pueda cogerla por ningún sitio.
Hemos comentado que hay múltiples motivos para asistir a un festival; desde los más obvios, como para escuchar música en directo y pasarlo bien con los colegas mientras bebes unos minis, hasta los más retorcidos e inverosímiles. Dentro de esta última consideración podríamos encuadrar a los protagonistas de este apartado. Para estas personas tan especiales -o especialitas, según los ojos con los que se miren- resulta imprescindible asistir al concierto especial de reunión, aniversario o cualquier evento conmemorativo que vaya desde lo trivial hasta lo inverosímil de no sé qué grupo que se reúne para una única actuación o realiza un único concierto celebrando el aniversario de lo que sea. Sí, es cierto que para cualquier persona de esas consideradas como normales resulta una locura estúpida recorrerte un saco de kilómetros, pedir vacaciones y gastarte una pasta en viajes, entradas y demás cuestiones logísticas de la más variada enjundia para estar frente al escenario el día que ese grupo que te vuelve loco lleva a cabo esa actuación única. Lo que ocurre es que el intelecto humano tiene muchísimas conexiones neuronales y lo que para uno es ridículo, para otro es vital. Así está el patio. Y los pocos escogidos que somos capaces de poner en los primeros lugares de nuestras cosas que hacer en la vida el hecho de asistir a uno de estos conciertos sabemos de sobra lo gratificante e ilusionante que resulta y toda la vida que te da. Consideraciones que jamás podrán experimentar esos otros seres que consideran del todo inexplicable nuestro comportamiento. Así está el patio.
Luego están esas actuaciones de grupos cuyos miembros se detestan, no son especialmente famosos y, cuando se produce la mágica utopía de la alineación de astros que les lleva a juntarse para realizar un concierto -generalmente es por pasta, aunque nunca lo reconozcan; nos da igual, por otro lado-, sabes que debes asistir ya que aquello saltará por los aires casi desde el primer minuto. Incluso asistir a ese único evento no te garantiza que se vaya a realizar. Pueden surgir mil millones de situaciones, malentendidos, roces y fricciones que hagan que al final el concierto no se celebre. Recuerden el dato: son artistas, se detestan y van a dar su brazo a torcer para actuar en directo por dinero. Es por esto que si un buen día de primeros de Marzo de 2008 actúa en un festival en la Plaza de Toros de Atarfe por primera y única vez en España el grupo Ratt con tres de los cinco miembros de la formación clásica, hay que ir sí o si. Lo de Ratt es para escribir un libro de esos sesudos. De la formación clásica ya no está Robin Crosby, fallecido por SIDA, ni Juan Croucier, que por entonces no quería ni oír hablar de la banda. Si consideramos que entre los otros restantes también llevan años llevándose a parir, incluso públicamente y sin rubor, el hecho de que Stephen Pearcy, Warren DeMartini y Bobby Blotzer, acompañados por Robbie Crane y John Corabi, decidiesen subirse juntos a un escenario español, generaba una situación de esas difíciles de repetir y que tenía todos los ingredientes para explotar a la primera. Y así ocurrió, tras ese show no han vuelto a subirse juntos a un escenario, pese a que han programado más actuaciones posteriores. Es uno de estos casos en los que el tren pasa solo una vez por la puerta y, si no te subes, no lo podrás volver a coger jamás. Por supuesto, allí estuvimos disfrutando de un concierto especial que todavía está grabado en mi retina, en mi piel, en mi corazón y en mis genitales.
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Ratt'08: Warren DiMartini, John Corabi; Stephen Pearcy, Bobby Blotzer y Robbie Crane. |
-Para sentir una experiencia vital.
Una de las experiencias más intensas que el ser humano puede experimentar es la de dejarse abandonar por completo dentro de la música. Esa música que tiene el don de encontrar el camino correcto para atravesar el laberinto de humo de jazmín y dragones turquesa de tu interior hasta llegar a rozar suavemente tu emoción más escondida, personal y transformadora.
Esa melodía especial que hace que el océano se estrelle en tu cabeza, mientras las sirenas sollozan ante la atenta mirada de la luna llena en mitad de la noche azabache. Esa interpretación musical soberbia que en un pequeño instante y sin previo aviso pone todo tu mundo al borde del filo, de un abismo peligroso y desconocido que te seduce de tal manera que no te puedes sustraer a su magnetismo. Parado sobre una delicada capa de hielo fino a punto de quebrarse bajo tus pies.
La música, la droga más adictiva. Los festivales, el lugar perfecto para que dejar que el momento perfecto te lleve a ese lugar que anhelas y al que solo puedes llegar de su mano.
Mi enhorabuena por volver a entretenernos con estas cuestiones tan ocurrentes de las que nadie habla y que para los que llevamos toda la vida consumiendo música son del día a día. Feliz verano a todos de KiKe.
ResponderEliminarBien por reivindicar a los músicos, que si ellos, ná de ná. Buen verano para todos. Jorge
ResponderEliminarJaja, lo de los servicios de los festivales es de traca, es mejor hacer lo que sea fuera, que dentro seguro puedes coger cualquier cosa jaja SF
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